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Estamos a un año de las elecciones autonómicas y, oh milagro, de pronto a los del Govern balear les ha dado por retomar la agenda de asuntos pendientes y conceder ruedas de prensa diarias con titulares llamativos que prometen arreglar el mundo entero en dos minutos. Reconozco que a estos les ha tocado la legislatura más rara y complicada de la historia, la de la pandemia del coronavirus, pero una vez superado el mal trago, podrían pensar un poquito con la cabeza.

Balears tiene un problema de vivienda de órdago; lo sabemos todos realmente, pero no porque no haya pisos en venta. Los hay, a miles. Y de todos los precios, además. Lo que pasa son dos cosas: la mayoría de la gente intentará no vivir en los barrios más degradados y conflictivos, donde están las ofertas asequibles, y también la mayoría dispone de unos ingresos económicos tan escuetos que comprar un piso en otras zonas está fuera de su alcance. Ningún banco le dará una hipoteca sobre el inmueble. Por eso resulta muy ridículo, insultante casi, que el Govern anuncie a bombo y platillo la construcción de miles de promociones con viviendas para «las rentas medias», minúsculos habitáculos de 55 metros cuadrados a precios entre 150.000 y 200.000 euros. ¡Vamos, hombre! Parece una broma.

Cuando uno consigue al fin tener un trabajo estable, la mayoría anda ya por la treintena; y entonces lo que desea es emparejarse, tener niños o vivir con cierta holgura y tranquilidad. Los pequeños apartamentos están muy bien, pero suelen ser para una sola persona que quiera vivir en plan minimalista. Y son geniales si cuestan cincuenta o sesenta mil euros. Para empezar en la vida, cuando tienes veinte años y te quieres independizar. Luego, ya no tanto.