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No deja de tener su significado que el hundimiento de Sonia Vivas como concejala coincida con el inicio del juicio del ‘caso Cursach’. Casualidades. La figura de la se supone exconcejala sale precisamente de la investigación que se llevaba en la Policía Local de Palma y que nutre ahora buena parte de las sesiones de la vista que ahora se ventila. El asunto Vivas no se diferenciaba mucho de lo que mengua día a día en la Audiencia.

De hecho, ambos parten de las mismas diligencias previas, exactamente el mismo asunto en su origen. Sin embargo uno llegó a juicio antes de que cualquier sospecha tachara al fiscal de ese caso o al juez instructor, al menos tanto como ahora. En 2022 el resultado hubiera sido otro, pero el juicio se celebró en 2018. La sentencia absolvió a dos policías de trato homófobo a su entonces compañera porque los hechos habían prescrito y les condenó por maniobrar para encubrir la denuncia de Vivas. Esta hizo del caso un alegato constante y construyó su personaje como denunciante de corrupción, víctima y activista.

Esas credenciales son las que llevaron a Podemos a darle un puesto de salida en su candidatura a las últimas municipales. A alguien le pareció una buena idea. Cualquiera que hubiera seguido el asunto judicial de cerca sabía que no lo era. No era complicado sospechar que el recorrido político de Vivas iba a acabar mal en algún momento. En primer lugar por el propio personaje y, en segundo, por la especie de maldición que contamina a casi todo lo que roza esa macrocausa y sus ramificaciones. Casi era inevitable que el circo de esta semana ocurriera. Por ese origen, quizá convendría poner el foco más que en Sonia Vivas en quien decidió ficharla. Visto el ridículo de la situación y lo patético de la puesta en escena de la semana que montaba la edil, Podemos en Palma ha pagado de sobra esa decisión.