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Si las desigualdades no están hoy a los niveles del siglo XIX se debe a los impuestos y a los sistemas de reparto que todavía mantenemos del denominado ‘capitalismo socialdemócrata’, como se comprueba en el modelo que rigió en Europa y Estados Unidos entre la Segunda Guerra Mundial y la revolución conservadora de los años setenta del siglo XX. Esos llamados ‘treinta gloriosos años’ significaron un cambio transcendental para las economías que emergían de la Segunda Guerra Mundial.

El dibujo de dos modelos en las economías occidentales, el anglosajón y el europeo, se enlazaban a partir de un nexo común: la significación del Estado como principal agente económico, tras las catastróficas consecuencias bélicas. Política fiscal expansiva, política monetaria laxa y redistribución de la renta conformaron ese engranaje. La organización de la fuerza de trabajo en sindicatos constituyó, a su vez, una clave social y económica de gran significación para consolidar avances conquistados.

El problema es que estas herramientas se deben repensar en el mundo globalizado. Entre la globalización, que se llevó a muchos puestos de trabajo fabriles; y los cambios tecnológicos, que descentralizaron los procesos, la unión de trabajadores ‘sindicalizados’ bajo un mismo techo es toda una rareza hoy. Los economistas Thomas Piketty y Branko Milanovic proponen vías comunes para encarar el grave problema de la desigualdad, aunque reconocen dificultades al respecto: mejorar la calidad de la educación pública para reducir la brecha con la privada de élite; y volver a gravar las grandes herencias para fomentar la movilidad social de los menos afortunados.

Educación, fiscalidad y control de los capitales: trilogía esencial. Los conceptos nuevos aparecen entonces: «socialismo participativo» (Piketty), «capitalismo popular» (Milanovic). En ambos casos, existen beneficios impositivos para pequeños inversores y penalizaciones para los grandes, así como seguros apoyados por el Estado para evitar la pérdida de todos los ahorros en un mal día de los mercados.

Ahora bien, ¿cómo se atreverán los políticos a subir impuestos a la herencia o ganancias de capital? Respuesta: con mayor participación en la política, si los partidos que buscan reducir la desigualdad transmiten un mensaje que sea comprensible y viable, que solucione las preocupaciones económicas de la gente. Lo contrario de la participación es la desafección con el sistema: lo que buscarían los países interesados en derivar hacia modelos similares al ‘capitalismo político’ de China.

Frente a estas dicotomías, las cooperativas de producción pueden representar una vía que bifurca sendos aspectos: por un lado, la capacidad para organizar la actividad productiva bajo parámetros que contemplen la gobernanza en la toma de decisiones, a la vez que un conocimiento más directo sobre las diferentes fases del proceso económico; por otro lado, la vertebración de unidades productivas que deben tener en su frontispicio, por su propia naturaleza, la idea de mayor igualdad en todas sus vertientes. Esto enlaza plenamente con la visión de mayores participaciones junto a estímulos para la innovación.