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Mientras espero a mi hermana, que está en la clínica para una revisión médica, me refugio en la capilla, buscando un poco de paz… Junto al sagrario, se respira un silencio especial. Se acerca el Corpus. Kairos me hace pensar en una referencia explícita a aquel deseo sublime que tuvo Jesús de quedarse para siempre con nosotros, escondido bajo el velo del misterio en un espacio objetivamente definido que se llama Eucaristía. Solamente el calor de la fe es capaz de hacer saborear este momento como un privilegio y una gracia extraordinaria que te hace sentirte acompañado… Pero este momento sagrado tiene su precio y su historia: Jesús estaba con sus discípulos conversando en la explanada del templo y he aquí que de improviso se presenta ante él un grupo de fariseos con algarabía inquietante: esta mujer ha sido sorprendida en adulterio y según la ley debe morir apedreada. Tú ¿qué dices? Jesús, notando su insistencia, se adelanta y les dice: el que de vosotros esté sin pecado, que le tire la primera piedra… Pasados unos días, en el Cenáculo, se oían unas palabras, henchidas de amor, tensión y despedida: «comed, esto es mi cuerpo…»