A veces, uno escribe lo que sueña. No siempre, claro está, con las majaderías que puede llegar a inspirarnos Morfeo. Pero mi sueño de horas pasadas, por qué no contarlo, fue un sueño de los que se tienen mientras anda uno despierto. Atravesaba la plaza de España. Contemplaba el monumento a Jaume I y pensé, también como siempre, que su volumen en relación al espacio de la plaza es un tanto reducido. Entonces me vino el sueño, o quizás mejor dicho la ensoñación. Dar un salto, bajar al rey y a su caballo de su soporte de piedras, y llevármelos por la calle Sant Miquel hasta Cort. Una vez allá, trasplantar la Olivera –lo siento por Ramón Aguiló que la plantó– para llevármela a la rotonda de la carretera de Valldemossa a la altura de los multicines, donde hay un mamarracho; colocar a Jaume I en mitad de la rotonda, y finalmente tomar a Nuredduna de Can Pere Antoni, para trasladarla, entre mis brazos, hasta el pilar vacío que había dejado Jaume I. Ella, una vez asentada, dominaría hasta el último rincón, alta, atractiva y hermosa.
Palma, entre risas y suspiros
Palma15/06/22 3:59
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