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De un tiempo a esta parte, me doy cuenta de que lo estamos haciendo todo mal. Me llegan noticias de que en Formentera ya piden dos mil euros por una habitación. Y si escuchas la conversación de la arrendataria con la víctima de esta estafa, es para poner el vello de punta. Puedo entender que ir a Formentera en agosto es limitado. No da para tantos la pequeña isla hermana y que hay que proteger el entorno natural, pero dudo que con dos mil euros por habitación se logre nada, pues, tal y como están las cosas del turismo, a río revuelto, ganancia de pescadores.

Llegará el día en que se obligue a un cierto numerus clausus para visitar Formentera o cualquier otro de los paraísos que hay en el mundo, como Tailandia, Togo y las que me callo, pues no es cosa de decir cuáles son mis paraísos particulares. Llegamos a límites auténticamente demenciales. Los precios abusivos acabarán con la gallina de los huevos de oro. Creo que los que manejan esta industria deberían sentarse en una sala y empezar a hablar de lo que se puede o no se puede hacer porque después de haber desertado el mallorquín –o el balear– del arado, nos guste o no, vivimos del turismo. Ahora, con la guerra de Ucrania, la gente casi no se atreve a ir a esquiar a Austria, ni ganas tiene uno de hacer un crucero por el Rhin. Ahora, la gente prefiere paraísos como Formentera y hasta hemos conseguido vuelos directos a Nueva York. Eso quiere decir que nos vendrá a ver el amigo americano y como alcalde que soy, os debo una explicación, como diría Pepe Isbert en Bienvenido Mr. Marshall. Pues aquí no veremos al alcalde Hila darnos ninguna explicación y sí haciéndose una foto con el americano llegado a Mallorca.

Recuerdo con veinte años haber recorrido Formentera en Scoutter en compañía de mis amigos el cineasta Carlos Moralejo y el artista Alejandro Vidal. Nos metíamos desde las playas más escondidas a s’Empalmador embadurnando nuestros fibrosos cuerpos de barro. Tras una noche de borrachera, volvíamos por la carretera en línea recta desde el faro. Me quedé dormido en la moto y acabé rodando por tierra. Espero que al turismo no le pase lo mismo: morir de borrachera de oro; aunque pronto ni de casa podamos salir.