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Entre la guerra en Ucrania, el follón que ha montado Sánchez con lo del Sahara Occidental, la crisis económica que se avecina y el récord histórico de ocupación turística que se anhela alcanzar esta temporada, el verano se nos anuncia bien calentito. Sólo nos faltaría ver al Emérito sonriendo como un carajote mientras navega por las poco procelosas aguas de nuestra bahía.

Lo de Ucrania, sin duda trágico, va camino de lo tragicómico. Lee uno las noticias sobre la guerra –evitemos decir información, que no la hay– y da la impresión que el espíritu de Gila, bendito esté en su santa gloria, se haya apoderado de los reporteros. Lo del armamento enviado por España es de chiste, al igual que el espanto con que se cuenta que haya muertos, heridos, carestía de alimentos y daños colaterales. ¿Qué pensarán que es una guerra? Mientras, la mano negra que mece la cuna se está poniendo las botas.

Y ahora tenemos al Gobierno de la nación montado en la mesa, con la falda arremangada y dado grititos por la ruptura comercial de Argelia. No es para menos, la fiesta puede costarnos unos 3.000 millones anuales. No sabemos con qué información secreta, proveniente de Pegasus, tendrá Marruecos pillado a Sánchez por el escroto, ni hasta que punto están presionando los yanquis, de lo que no hay duda es de que la vergonzosa manera con que abandonamos a los saharauis es una mancha en nuestra historia que permanecerá indeleble, y que lo que el presidente pretende hacer ahora lo remata. Qué falta de dignidad moral y qué pérdida de soberanía.