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Más de veinte millones de afiliados a la Seguridad Social (cifra histórica), reducción importante del número total de parados, 13,65 % en tasa de desempleo, incremento notable de la contratación indefinida, aumento (hasta una media de 1.254€) de la pensión media de jubilación, subida relevante del Salario Mínimo hasta los 1.000€ (antes: 736€), caída en la tasa de temporalidad de los contratos (del 26 % al 24 %). A todo ello, deben añadirse las ayudas a las empresas –una parte a fondo perdido–, créditos ICO, programas de inversión con fondos europeos (los más elevados en la historia reciente de las inversiones públicas), rebajas impositivas en el campo de la energía, ayudas al consumo de combustibles para paliar los efectos inflacionarios… Son datos. No opiniones. Y representan el resultado de un reguero de leyes y normativas que se han puesto en marcha en los últimos dos años. Leyes que han contado con la oposición frontal de partidos políticos en el Congreso de los Diputados, formaciones que ofrecen, tan solo, una vía económica: la bajada de impuestos.

El corolario internacional: todas las instituciones económicas –FMI, Comisión Europea, BCE, entidades financieras privadas– señalan que España será el país que cerrará 2022 con un crecimiento económico mayor en relación al resto de la Eurozona. Las previsiones para 2023 están sujetas a la evolución de la guerra y de sus consecuencias. Pero los indicadores que se acaban de exponer tienen pocas fisuras; de hecho, sus detractores están realizando piruetas terminológicas y técnicas para quitarles fuerza. Determinados medios de comunicación contribuyen a esa difusión tóxica, tergiversando la realidad. Hemos visto y oído cómo líderes de la derecha conservadora se hacen un verdadero galimatías con los conceptos de inflación y de fijos discontinuos, demostrando una supina ignorancia o la profusión de la mentira como divisa política, para restar validez a unos resultados que son positivos. Porque, recordémoslo, se han producido en un contexto de gran inestabilidad e incertidumbre: desde la eclosión, en distintas fases, de una pandemia de intensa agresividad; hasta el estallido de una guerra en Europa, con episodios intermedios igualmente inquietantes –por ejemplo, la erupción de un volcán, entre otros–.

Pero, ¿cuál es el estado de ánimo que se está instalando? Es la visión catastrofista, comunicándose que se asiste a un cambio de ciclo. Pero, he aquí la paradoja, en el que los datos reales de la economía, en su conjunto, no invitan al pesimismo. Se advertirá que se han producido errores y que todo es muy mejorable. Este argumento –junto al que afirma que el Gobierno comunica mal– constituye el discurso de manual: cuando se han iniciado proyectos, se dice que llegan tarde o que son insuficientes; cuando esos proyectos no calan, se asevera que se han comunicado de manera deficiente.

No creemos que sean los resultados económicos los que fallan. Deben existir otras claves que expliquen el desánimo y la desafección de la gente, más allá de la economía. Porque familias, empresas, individuos, se han visto beneficiados de las medidas descritas antes: imposible mejor comunicación.