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En una entrevista (1959) a B. Russell le comentaron que sería interesante que a partir de lo que él había aprendido en la vida dijera lo que realmente valdría la pena transmitir a futuras generaciones. Contestó que le gustaría aconsejar sobre dos aspectos: uno intelectual y otro moral. Respecto al primero dijo que «cuando estés estudiando cualquier tema o considerando cualquier filosofía, pregúntate únicamente a ti mismo ¿cuáles son los hechos? Y ¿cuál es la verdad que los hechos sostienen? Nunca te dejes desviar ya sea por lo que tú deseas creer o por lo que crees que te traería beneficio si así fuera creído. Observa únicamente e indudablemente sobre cuáles son los hechos. Esto es lo intelectual que quisiera decir».

Dejando al aspecto moral para otro artículo y centrándonos en el intelectual, veamos cómo Russell subraya la urgente necesidad de ser decente con respecto al estudio de temas, filosóficos o no.
Ser capaz de ver, observar, comprobar los hechos desde la máxima objetividad es lo que siempre ha de importar. Ha de importar saber ver y constatar lo que la realidad encierra de verdad. E importa no dejarse nunca desviar por elementos perturbadores extraños, es decir, los que desde el exterior pretendan forzarnos a considerar las cosas a favor de posibles intereses alejados de nuestro análisis.

Pero tampoco nos debemos desviar a causa de propios factores personales, los deseosos (por simpatías, prejuicios, consideraciones previas, educaciones de intencionalidad propagandística, etc.) de llegar a las conclusiones a las que nos gustaría desembocar. La labor de observación y estudio objetivo, serio y riguroso no acepta intromisiones de creencias previas a las que se pudiera querer llegar. Se tiene que llegar donde sea (incluso a lo que menos nos guste) permitiendo que sean los hechos y los razonamientos lógicos, y solo ellos, los que decidan el camino de estudio y desemboquen a partir de ahí a la meta que sea, nos plazca o no.

Este trabajo, al que podríamos llamar científico incluso aplicándolo a cuestiones sociales o políticas, tiene, además, que estar ausente de influencias en favor de posibles beneficios propios, tales como prestigio, deseo de reconocimiento, afán de protagonismo, búsqueda de solidaridades de grupo, cosecha de méritos o de ganancias económicas. Atender a estos beneficios es pervertir la buena marcha de los estudios de investigación, observación, descripción y análisis tal y como corresponde hacerse, o sea, destinándolo al descubrimiento de los hechos reales y de las verdades que estos encierran.

El analista honrado y creíble ha de ser forzosamente alguien absolutamente libre con respecto a sus propias simpatías subjetivas y con respecto también a los que pretendan desviarle del buen camino, los que le reservan las medallas si cumple con lo que ellos desean, los que para incluso amedrentarlo en caso necesario harán uso de sus colecciones de ‘palabras mordaza’ para asustarlo o silenciarlo. Tiene razón Russell. Solo no traicionándonos jamás a nosotros mismos y rechazando prejuicios y conveniencias personales o de grupo podremos avanzar honestamente como corresponde, rechazando premios, halagos y reconocimientos perturbadores.