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La reina de Inglaterra ha cumplido setenta años en el trono y han montado una fiesta gorda en Londres para celebrarlo. Ha sido una cosa muy solemne que demuestra majestad y cariño del pueblo. God save the Queen, carrozas y guardias solemnes por doquier. Como si la monarca aún fuera la persona más importante del mundo.

Ahí es donde está el truco, que parece que una mujer de 96 años que lleva en el trono desde que tenía 26 realmente ha sido la repanocha. Les funciona a los británicos lo de la reina como símbolo. Cosa curiosa porque, según historiadores, la pompa real en el Reino Unido es una cosa de hace unas pocas décadas. Parece ser que hasta principios del siglo pasado era la monarquía más austera y menos pomposa de toda Europa. Luego fueron cayendo monarcas por un lado y por otro y se inventaron el cambio de la guardia. Son los que mejor le han encontrado una utilidad a la institución: sirve para llenar tabloides, para que los turistas se hagan fotos delante de Buckingham Palace y para que señoras mayores le caigan bien a todo el mundo. El punk no habría funcionado igual sin monarquía.

Es un mérito tremendo esa construcción de un símbolo. Disney no lo hace mejor con sus princesas. Es un ensueño similar: la magia de la realeza cuando se le encuentra un sentido y una tradición. Desde que los británicos le cortaron la cabeza a un rey hace cuatrocientos años han podido tener una relación de amor con sus majestades. En todo el espectáculo del jubileo hasta provoca ternura el príncipe que toda su vida ha sido príncipe y del que ya nadie espera que llegue a ser rey. Si llega, volverá a alimentar la rueda y el ensueño funcionará porque les quedan bien estas fiestas a los británicos.