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No hay oficio que esté exento de albergar inútiles o indeseables. Pero depende del oficio, las consecuencias pueden ir de lo anecdótico a lo catastrófico. Un idiota que no sea capaz de limpiar una mesa, no tendrá las mismas consecuencias que un necio que se equivoque en el manejo de un avión de pasajeros, por ejemplo. Si al lelo le añadimos que su temeridad, imprudencia y falta de rigor puede ser hasta aplaudida por la prensa y la opinión pública, la mezcla resulta explosiva.

En el ‘caso Cursach’, dos funcionarios de Justicia, un fiscal y un juez, se vinieron arriba imputando a tente bonete, encarcelando y jugando a ser Dios. Penalva y Subirán, los Pepe Gotera y Otilio de los juzgados de Vía Alemania, se dedicaron a investigar un caso sin el más mínimo rigor, tirando de testigos falsos y delirantes, filtrando interesadamente a la prensa verdades a medias, para acabar con la reputación e inocencia de decenas de personas que, antes de ser juzgadas ya habían sido condenadas.

Ahora, a pocos días de iniciarse el juicio, los nuevos fiscales rebajan espectacularmente todas las acusaciones y buena parte de los sospechosos, ya ni lo son. Los funcionarios están apartados por su incapacidad manifiesta, los afectados aún pagan las facturas de los psiquiatras y psicólogos que han evitado que se cuelguen de una soga. Hay daños irreparables.