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En Pakistán hay apagones de diez horas diarias. La economía de Laos se para debido al aumento del precio del carburante, y su moneda se desploma. Estados Unidos es incapaz de cubrir su propia demanda energética, mientras intenta refinar diésel a la desesperada. La Agencia Nacional de Petróleo, Gas Natural y Biocombustibles de Brasil acaba de anunciar que tendrán escasez de gasóleo este mes de junio. Argentina y Senegal tienen también graves problemas de suministro. El aeropuerto de Johannesburgo, en Sudáfrica, no dispone de keroseno para repostajes y los aviones han de desviarse a otros aeropuertos para abastecerse. Nigeria, gran productor mundial de petróleo, ha decretado la supresión de la mayoría de los vuelos domésticos e internacionales por falta de combustible. Las bombas de gasolina de Kenia están secas. Níger prohíbe las exportaciones de refinados.

En India, Lahora y la mayoría de las ciudades de la región del Punjab se encuentran sin suministro de gasolina. Sri Lanka, uno de los países más afectados, cierra las escuelas y limita el trabajo para combatir la escasez de combustible, mientras se forman largas colas en sus estaciones de servicio (las casas del primer ministro y de varios diputados y ministros han sido incendiadas; el ministro de Defensa ha dado orden de disparar contra los manifestantes). Son noticias de esta misma semana. Pronto nos alcanzará. En Hungría han racionado el diésel y en el Reino Unido están a punto de hacerlo. El director de la Agencia Internacional de la Energía, Fatih Birol, ha declarado que habrá problemas en Europa este verano, que la actual crisis energética es «mucho mayor» que la de los años 70 y que además «duraría más tiempo». Pues sí, Sr. Birol, a efectos prácticos, durará para siempre.

Faltará, en primer lugar y sobre todo, gasóleo, que es la sangre del sistema agroalimentario. Tractores, camiones, trenes, barcos, fertilizantes y embalajes dependen del petróleo. Los precios de los alimentos seguirán subiendo de forma insoportable, castigando, como siempre, a los más débiles.
La guerra de Ucrania influye, pero no es causa, sino síntoma, de un problema más grande: el agotamiento paulatino pero imparable de los recursos, especialmente los energéticos. Habría que asumirlo y tomar medidas. Ya ven que no me canso de avisar.