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Tengo la suerte de tener amigos tirios y troyanos, a todos les escucho, solo les exijo una cosa, que argumenten culturalmente lo que dicen. Puedo escuchar su verdad, aunque no sea la mía y en esa tesitura leo el apasionante y voluminoso libro de mi compadre Biel Ensenyat Fuster i els mallorquíns. El debat identitari a la Mallorca tardofranquista, un ensayo ameno y nutrido mosaico de materiales varios de distintas sensibilidades que pone muchas entretelas y visceralidades sobre la mesa.

Biel estudió Historia en la UIB, compañero mío. A Biel le interesa mucho el pasado de los mallorquines, a mi también; Biel es catalanista, yo tampoco, y lo considero un magnífico investigador con valiosas aportaciones a la Historia de Balears, además de ser querido amigo, de épocas irracionales, aunque gozosas porque en la mili tinerfeña –allá por 1985 en los barracones de Hoya Fría– nos lo pasamos muy bien los dos. La urdimbre del libro es el debate que a finales de los sesenta plantearon un grupo de intelectuales nacionalistas sobre la identidad de valencianos y mallorquines. En un momento de boom turístico, crecimiento desenfrenado y de llegada no de migrantes sino de emigrantes murcianos, extremeños, manchegos y andaluces (entre ellos mis padres, mi hermano y yo con cuatro años), algunos intelectuales (por ejemplo, Bartomeu Barceló) estaban muy preocupados porque la Mallorca del sector primario se difuminaba como así ocurrió y entraba en una vorágine, como también ocurrió. Cincuenta años después, Biel vuelve la mirada sobre la cultura mallorquina del último siglo, con una apabullante cantidad de información que demuestra un enorme esfuerzo compilador, no exento de aportaciones documentales nuevas. Centra su análisis en catalanistas, gonellistas, xuetas, etc.; afectos y desafectos, buenos y malos. Respecto al tema de los forasteros que se instalaron en Mallorca, yo los he visto en directo: eran muy trabajadores, iban a ver a la Virgen de Lluc, no se metían con nadie, llegaban con carné sin caducar en el barco de la Trasmediterránea, y recibían paquetes con morcillas de sus pueblos. Fue aquella una emigración modélica. Sus hijos se casaron con mallorquinas y hoy forman familias híbridas y hasta ecosostenibles. ¿Su presencia masiva aguó el poso tradicional mallorquín?, lo mismo sucedió en todos los polos de crecimiento de la España de entonces. No seamos cándidos, el crimen es colectivo como en Fuenteovejuna y me parece absurdo, como hace Furió en el prólogo del libro, arremeter contra mi maestro Álvaro Santamaría y los poetas de la escuela mallorquina (muchos de ellos nacionalista moderados) por describir maravillosamente nuestro paisaje. Pienso que un modelo turístico ordenado con un esmerado cuidado del paisaje depende de todos nosotros y de este tiempo; por otra parte nos olvidamos de la globalización, que no viene de los jaeneros sino del Foro de Davos: va a ser el verdadero disolvente letal de la Mallorca tradicional que nos queda. ¡Pero si tenemos un ministro, Garzón II, que está contra el cerdo y por ende contra la sobrassada!