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Cada día constato que es más necesario que nunca una vuelta al mundo analógico, un gran apagón de al menos quince días que nos vuelva a posicionar en un mundo en donde el saludo y los abrazos sean reales y no virtuales y en la que los adolescentes (y los adultos también) sientan auténtico terror por tener que volver a hablar en persona o por teléfono con sus congéneres si quieren conseguir algo. Quince días sin que la gente pueda ver porno en el ordenador, sin perder el tiempo con vídeos absurdos de TikTok, sin Whatsapp y sin compras por internet, quince días volviendo a preguntar a la gente la dirección de una calle porque no tenemos Google maps, leyendo el periódico en papel y recuperando el placer de la lectura en papel y del cine en pantalla grande con palomitas como Dios manda. Quince días en los que volvamos a ser más humanos y tengamos tiempo para pensar en el día de después.