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Acaba otra temporada de fútbol base, ése que ilusiona a miles de niños y jóvenes y crea lazos sólidos. Porque más allá del espectáculo de un deporte sobrevalorado en Primera División, con intereses ocultos, fichajes millonarios, sueldos indecentes, negocios paralelos y hasta evasiones fiscales, hay un fútbol humilde y apasionante de equipos anónimos donde se promueven valores y se educa fuera del colegio y a veces mejor que en casa. Una bendición que no sólo disfrutan los chavales, sino también sus familias, en un entorno de camaradería que aporta entusiasmo colectivo y mucha salud física y mental.

Yo tengo esa suerte con el club de mis hijos. No hay suficiente reconocimiento para equipo directivo y entrenadores que se dejan tiempo y piel haciendo del altruismo su don. Un club en el que su presidente ha construido un proyecto extraordinario con su implicación personal y una gestión impecable, revitalizando la localidad donde vivimos y regalando presente y futuro. Después de medio siglo sin uso para los vecinos, Jaume Ordinas recuperó el campo para el pueblo, con un césped que quita el hipo y un buen rollo que nos desborda. Y él lo cuida más que el jardín de su casa. Con su generosidad y empeño nos ha conquistado a todos, y así le profesamos una gratitud y aprecio que simplemente traslada justicia. Por eso hace tres años, por iniciativa popular y unánime, decidimos entregarle una placa y reclamar al gobierno local que bautice con su nombre el campo de Palmanyola.

Porque los homenajes llegan tarde cuando esperan demasiado. Y no hay admiración más valiosa que la que viene de la gente. El agradecimiento también es para los técnicos, que inculcan a los chicos el hábito más saludable para cuerpo y mente, disuadiéndoles de otros entretenimientos inútiles o nocivos. Y recordándoles que por encima de las clasificaciones está el compañerismo, esfuerzo, disciplina, participación, honestidad, perseverancia… Así, sin horario y con excepcional profesionalidad y talla humana, Jaime, Víctor, Mariano, Álvaro, Toni, Pau P., Pau J., Raúl, Andrés, Manel y Rubén crean jugadores y personas.

Otros nombres desconocidos dan forma a ilusiones y competitividad sana en el deporte base de nuestras Islas, sin olvidar a los árbitros, también entregados e indispensables, para los que hay que exigir más respeto. En Baleares, y sólo en fútbol, más de 20.000 chavales tienen la suerte de recibir educación deportiva, defendiendo sus colores pero respetando el arcoíris. Sólo falta incrementar la participación femenina. No hay dinero que pague la felicidad y el crecimiento personal de nuestros hijos. Ni el de una afición, la de las madres y padres, que aplaudimos con la misma alegría las victorias y las derrotas. En un club en el que cada miembro es acogido con calor y cada ausencia nos deja huérfanos. Y con ese vacío nos vamos a quedar sin Sandra y Pablo, Jan y Dídac.