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Extraña escuchar todavía ese proverbio del cuarenta de mayo, barrera disuasoria tan superada como la de no bañarse hasta un par de horas después de comer por aquello del corte de digestión. Como otras frases de calado popular, suenan ridículas a estas alturas de la divulgación sanitaria y de las actitudes de gentes que se pasan por el forro algún que otro código adoptado como dogma. Cuando el termómetro rebasa los treinta grados y el cuerpo se embota por el bochorno, no hay sayo que valga ni digestión que más de un minuto dure. Al agua. Pues siguiendo ese criterio me he dado un garbeo hasta el Dique del Oeste para ver si hay playa pero no hay más que verjas y alambre de espino.

Un pescador de caña se atreve sobre el Punt des Grells, que así llaman también a esta mini cala discreta y recoleta, sometida a desprendimientos y entronizada como paraíso por nudistas, gays, turistas espabilados, tripulantes de cruceros y gentes de El Terreno y otros barrios, usuarios que compartían poca arena y muchas piedras en tolerancia y paz. Todavía está recomendado en guías turísticas este remanso también llamado Caló des Grells, pero está cerrado y parece peligroso.

El panorama desde la carretera al Dique es desolador, un erial con la imagen de un barracón militar abandonado. Uno se pregunta si es posible emprender una rehabilitación de la zona para recuperar espacio perdido con el cierre del Dique y dignificar esa zona dejada de la mano de dios para abrir un majestuoso paseo a la bahía entre el actual mirador y las tapias de Marivent. Muchos lo agradecerían.