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Han pasado 40 años desde que España ingresó en la OTAN. Y unos pocos menos, eso sucedió en 1986, del referéndum aquel que iba a convocar el PSOE como «de entrada, no» y que cuando se concretó ya era «en interés de España, sí». No sé yo con qué gente me relacionada entonces (bueno, sí lo sé, es un comentario retórico; o falso, ya está bien de tanta retórica); no sé con quién me relacionaba entonces, repito, pero creo que no conocía a nadie que pensara votar que sí. Por eso andaba convencido, hasta que terminó el conteo, de que saldría el no. Supongo, así desde la distancia, que el referéndum de la OTAN fue una de esas banderas rotas que –al decir de Labordeta– he ido poniendo sobre mi mesa con el paso del tiempo. Aunque debería hacer un poco más de memoria, igual fue mi última bandera rota, de esas que, según la letra de su canción, definen «la lluvia y la ventolera de nuestra dura derrota».

Para entonces no existían todavía las redes sociales y eso debilitó un poco las teorías conspirativas del tipo que el referéndum estuvo amañando y que Felipe (al presidente González le llamaban mucho Felipe, también en las portadas de los periódicos) era el elegido de las elites para meternos en la OTAN y los americanos estaban detrás, que tenían una base en Rota y el presidente del Gobierno era andaluz. Algo de eso se diría, ahora que pienso, aunque circulara menos por no existir Twitter ni Facebook. Pero estaba Javier Krahe para cantar que «hombre blanco hablar con lengua de serpiente» y que «tú decir que si te votan, tú sacarnos de la OTAN».

Le oí en la plaza Mayor de Madrid, esa ciudad que ahora se prepara para acoger una reunión en la que se aceptará a Finlandia y a Suecia como países de una organización que es mucho más grande que entonces. Tengo que coserme una bandera con todos los pedazos de mis banderas rotas.