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Pues qué quieren que les diga, si en mi trabajo me dijeran que a partir de ahora no iba a tener casi ningún fin de semana libre al año y que me olvidara no solo de pedir cualquier permiso por asuntos propios sino incluso de que algún compañero se aviniera a cambiarme el turno, cincuenta millones de euros libres de impuestos me parecería un sueldo muy justito.

Ya no hablemos si encima me enterara de que la mitad de esos fines de semana los iba a tener que pasar fuera de casa en lugares como Clermont-Ferrand, Metz, Montpellier, Saint Etienne o Reims. No sé si ustedes han tenido ocasión de pasar una tarde de sábado en Reims. Yo sí y les puedo asegurar que pocas cosas hay más inútiles en Reims un sábado por la tarde que un millón de euros en la cartera. A mí Macron también me tendrá que llamar dos o tres veces para convencerme de que algún día vuelva.

Nos cuesta entender los sueldos millonarios de los futbolistas de Primera División cuando lo único que se antoja verdaderamente incomprensible aquí es el amateurismo mileurista del jugador de regional al que con suerte van a ver sus familiares. Así ocurre que abucheamos al jugador propio tanto como al rival porque, aunque no seamos nosotros quienes se la paguemos, seguimos tendiendo a pensar que, como con los políticos y los funcionarios, el abucheo y hasta el insulto están incluidos en la nómina. Al menos Mbappé parece que ha conseguido que le aseguren que a partir de ahora le dejarán chutar todos los penaltis.