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Suelo escribir de cosas acerca de las cuales no tengo ninguna opinión, o al menos no la tengo antes de empezar el párrafo. De lo contrario, me aburro mortalmente. Ya sé que eso no es forma de hacer artículos de opinión, pero a quien le importan los artículos de opinión. Las palabras importan, por lo menos a mí; las opiniones no. Las opiniones cambian de sitio, como las nubes de mosquitos, fluyen de aquí para allá; las palabras se quedan, igual que huellas en el lodo. Ya Aristóteles tenía muy mala opinión de las opiniones; los escépticos y los estoicos antiguos las rechazaban en bloque, todas, al considerar que opinión es eso que se tiene cuando no se tiene otra cosa.

El sabio sabe, el ignorante opina, refunfuñaban. El gran Epicteto iba más lejos, asegurando que a los hombres (y mujeres, claro está), no les perturban las cosas, sino las opiniones que tienen de las cosas. Menos opiniones y más hechos, decían los buenos periodistas; conocimiento y no opinión, repetían los científicos. En fin, que opiniones es lo que sobra, y debido al exceso de oferta, no suelen valer nada. Pero todo esto era hace tiempo, antes de que las opiniones se considerasen respetables, igual que las creencias, a fin de que nadie se ofenda. Y sobre todo, antes de que el multimillonario bocazas Elon Musk pagase una fortuna por Twitter, empresa que precisamente se lucra con el comercio de opiniones escuetas. Y hay muchas otras similares, por supuesto.

Ya se puede decir, con la autoridad de los hechos, que las opiniones del prójimo valen 42.000 millones exactamente. Una vez monitorizadas, claro está. Con la ventaja de que la materia prima con la que hacen negocio esas empresas, se la facilitan gratis los propios clientes, convertidos también en proveedores. He aquí unos hechos indiscutibles. Menudo negocio, traficar con opiniones. Ahora sí que son respetables todas, desde luego, y hasta Aristóteles tendría que cambiar de opinión acerca de su valor, real o bursátil. La verdad, estoy terminando el párrafo y todavía no tengo opinión sobre las opiniones. Ni siquiera estoy seguro de qué significa opinar, verbo que se parece demasiado a suponer. Por eso será que son la gran mercancía del siglo.