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Con esta frase, el rictus de cabreo y desviando la mirada, recibió Pere Aragonès a Pedro Sánchez en Barcelona. Tampoco al presidente del Gobierno se le veía muy cómodo. Apretaba las mandíbulas, su gesto característico, mientras instaba a su interlocutor a resolver la crisis. En su fuero interno debería estar pensando «hay que ver lo que tengo que aguantar para acabar la legislatura». De nada ha servido la estrategia gubernamental de confesar que ellos también han sido espiados y encima sin autorización judicial. Aquí las únicas víctimas son los dirigentes independentistas que precisamente, en las fechas de la intervención de sus teléfonos, dejaban arder las calles de Barcelona en una revuelta popular por la sentencia del Supremo.

Pero el victimismo les va tan bien a los de ERC que van a forzar a Sánchez a demostrar que no tenía ni idea de que el CNI los espiaba, sobre todo a Aragonès, a cesar a la directora del CNI, y puede que a desclasificar las órdenes judiciales que autorizaron las escuchas. Así, los ‘ofendidos’, podrán conocer las causas de las mismas.

Teniendo en cuenta que la relación con sus socios en el Consejo de Ministros, Unidas Podemos, atraviesa también momentos de crispación, Sánchez se ha propuesto recuperar a ERC como garante de no ir a unas elecciones anticipadas. Ellos lo saben y van a tirar de la cuerda a placer. De momento, parece que la ministra Robles no es canjeable a cambio de recuperar la ‘amistad’, pero ya veremos.
Mientras al resto de los españoles puede que les preocupe también el que la ministra Nadia Calviño, siempre tan prudente, confesara en una emisora de radio que el robo de información en los teléfonos del presidente del Gobierno y la ministra de defensa se había hecho desde el exterior, es decir un Gobierno extranjero. Y por si acaso ha sido Marruecos, ante quienes se ha cedido en el tema del Sahara, resultaría, por ahora, más prudente extender un tupido velo.