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Quizá sea cierto que el dinero no compra la felicidad pero, sin duda, sirve a los gobiernos para evitar tensiones cuando la presión pública es el único recurso con el que pueden contar los colectivos ciudadanos o profesionales afectados por la crisis económica; de hecho el del conflicto parece ser el único lenguaje que entienden los políticos, porque si algo temen es la crítica en la calle. Durante las desangeladas concentraciones de la jornada del 1º de Mayo, los sindicatos UGT y CCOO han apuntado sus demandas de mejoras salariales únicamente hacia el empresariado, obviando la mayor tasa de paro de la Unión Europea, la dimensión del desempleo juvenil, la inflación que aplasta las economías familiares, entre otros factores que, de no gobernar la izquierda, supondrían los preparativos para un llamamiento a la huelga general.

Pero el incremento de las subvenciones a esos sindicatos ha aplacado la beligerancia que habrían exhibido en otras circunstancias. Hoy son corporaciones complementarias de las políticas gubernamentales, lo cual conduce a una decepcionante conclusión: las organizaciones que deberían vertebrar la vitalidad de una parte sustancial de la sociedad civil, si tal concepto conserva alguna vigencia, tienen precio y hay un comprador dispuesto a pagarlo. A comienzos de marzo, miles de transportistas de mercancías por carretera, no alineados con las federaciones oficiales, iniciaban un paro, cuyas consecuencias aún persisten, para reclamar compensaciones por el alza del precio del combustible que venían soportando en sus cuentas de resultados desde el mes de octubre anterior hasta el extremo de trabajar a pérdidas, que obligó al Gobierno de Pedro Sánchez, que los había calificado de extremistas de derechas, a plantear algunas medidas económicas.

En Baleares, el Govern de Francina Armengol puso sobre la mesa cinco millones y medio de euros que, aunque siguen pendientes de cobro y pueden suponer un agravio comparativo con sectores como el de la distribución, no incluido inicialmente en los criterios de reparto y con igual o mayor número de camiones que los transportistas, sirvieron para desconvocar la huelga que estaba previsto iniciar el 28 de marzo. Una escisión de la Federación Balear de Transportes y la consiguiente constitución de la Asociación de Transportes de Mercancías de Baleares, como expresión del desacuerdo por el desarrollo de las negociaciones con el Govern, no ha ido más allá, por el momento, de un movimiento de protesta.

Y si no fue el compromiso a futuro de beneficios económicos, la exhibición de poder del Govern, que también puede aclimatar voluntades, enfrió los ánimos críticos de los hoteleros respecto de la Ley Turística que tramita el Parlament: las entidades del sector se mostraron abiertamente enfrentadas a algunas disposiciones de ese texto legal hasta que el conseller del ramo les reunió en su despacho; tras el encuentro las lanzas se convirtieron en cañas. El presupuesto público paga a profesores y médicos, sostiene a personas que lo necesitan, remunera a miles de funcionarios y también compra tranquilidad política. En una de las canciones míticas de The Beatles (Can’t buy me love, 1964) Paul McCartney decía que me importa poco el dinero, eso no compra amor. Pero sí lo hace con la paz social.