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Por lo visto, existe en Mallorca una organización que se llama Foro Social, cuya agenda es más económica que social, aunque todo está relacionado. Una de sus integrantes, doctora en Antropología, escribió un artículo en este periódico en el que exponía que el Foro defiende una nueva economía que prescinde del turismo, al menos como lo conocemos hoy; sin embargo, para empezar con algo más tangible, para ahora aboga por la soberanía alimentaria de Baleares. No sé si soberanía es la palabra más adecuada porque significa capacidad para decidir cuando el Foro pretende el aislacionismo alimentario, consistente en que en Mallorca sólo se consuman productos de la tierra, lo cual no es exactamente muy soberano.

Sobran argumentos para cuestionar esta visión, que parte de la fantasía de que los agricultores producen sus lechugas naturalmente para llevarlas después con sus carritos a las ciudades. En un mundo con siete mil millones de bocas que alimentar, esto es un sueño de ricos que han perdido contacto con la realidad. Probablemente sea una pena que el Foro no tenga razón, pero las cosas son como son.

No sé cómo se relacionan los miembros del Foro, pero me imagino que se reúnen en algún lugar de Mallorca, al que acuden en sus coches producidos fuera de la isla, a partir de diseños japoneses, italianos o coreanos, con neumáticos de goma brasileña o congoleña, fabricados en Extremo Oriente, con chips chinos que determinarán el consumo de un combustible procedente, con toda probabilidad, del Golfo Pérsico. Alguno, más coherente con sus ideas, quizás se desplace en bicicletas hechas de aluminio elaborado por alguna multinacional europea, con cambios fabricados en el norte de Italia, ruedas de Europa Oriental y sillines chinos.

Habrán concertado sus citas a través de las redes sociales diseñadas y dirigidas desde California, gratuitas a cambio de una publicidad que genera pingües ingresos para los Apple, Google o Facebook con los que nutren sus cuentas opacas de las islas del Caribe. Habrán conocido la agenda del Foro a través de sus móviles fabricados en condiciones laborales vergonzosas por Foxcomm, en el sureste chino, donde se les ponen las baterías cuyo litio han arrancado de algún lugar de África o del triángulo que forman Argentina, Chile y Bolivia, con una sensibilidad por los aborígenes fácilmente imaginable. Iluminarán el local en el que debaten con energía tal vez procedente de gas argelino o, en una de esas, de una central nuclear francesa, alimentada con uranio ruso. Nada precisamente autosuficiente.

Como todos los demás residentes en Baleares, los miembros de este Foro Social de Mallorca se reúnen y adoptan acuerdos que, como nos cuenta la doctora, son el primer paso para una economía aislada. A cualquiera de nosotros se nos puede ocurrir algo así, lo que ocurre es que no nos atrevemos a postularlo porque son tantas las incoherencias que mejor callamos. Porque el ser humano ya lleva unos tres mil años de ejercicio del comercio, de especialización en lo que hace mejor, como para que ahora intentemos retrotraernos a aquel pasado tribal, por muy romántico que suene.

El argumento más importante que se ofrece para esta postura es que la dependencia tiene riesgos y como ejemplo nos cuentan que la tormenta Glòria, la COVID-19 o la guerra de Ucrania han demostrado estas debilidades, capaces de dejarnos sin comida. Claro que el Foro olvida que prácticamente no ha habido ni un lugar en el mundo donde la COVID-19 no haya provocado problemas de abastecimiento. O que, aislados, una inundación o una plaga podría también hacernos pasar hambre. Si algo tiene el comercio es que no propicia las hambrunas sino lo contrario. Tal es la dependencia hoy que un error de un barco que navegaba por el Canal de Suez bloqueó el tráfico y alteró toda la cadena de suministros mundial.

Claro que hoy todo el mundo está interrelacionado y que todos dependemos de todos. En eso, el Foro dice la verdad. La cuestión es por qué eso es malo. O, en todo caso, por qué es malo en lo alimenticio y no en la energía, la tecnología, la música o los productos industriales. Y si es todo malo, ¿nos proponen producir en Mallorca suministros de todo? ¿Cómo nos abastecemos de energía? ¿O vamos a autoimponernos un retorno a un mundo pre Revolución Industrial?

La verdad es que rebatir propuestas tan absurdas no merecería la pena salvo porque da la impresión de que el silencio es su aceptación. Por mi parte, podría aceptar casi todo, por inviable que sea, a cambio de que mantengan el gorgonzola. Porque estamos en que tenemos la libertad de que nos guste algo que no se produce aquí. ¿O tampoco?