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Hoy en día, todo hay que medirlo y pesarlo y se miden cosas tan abstractas como la confianza, el crecimiento, la veracidad, la infamia, la corrupción o la popularidad, pero con unidades de medida bastante inadecuadas, cuando no caprichosas, ya que a diferencia del metro, el kilogramo o el segundo, que están bien definidos por el Sistema Internacional de Medidas, o son arbitrarias o muy volátiles y cambian al gusto del medidor. De ahí esa murga constante sobre varas de medir y distintos raseros.

Hubo un tiempo en el que la unidad de pensamiento era el tratado, equivalente a veintitantos discursos, y menos ni siquiera se consideraba pensamiento. Ocurrencia como mucho, o chorrada. Ahora, la unidad de pensamiento, que para colmo también se usa como unidad de veracidad, suele ser la frase corta, eslogan o tuit, que a veces consta de una sola palabra, sustituible por un logo si se trata de una marca famosa. La marca España, la marca Apple, la Nike. La que sea. Pensamientos cortos, verdades máximas. Esta unidad eslogan es tan pequeña que, al igual que la longitud de Planck, por debajo de la cual desaparece la propia física y todo se convierte en anomalía, marca el límite donde no existe ningún tipo de pensamiento.

Más o menos la actividad cerebral de una acelga. No recomiendo volver a considerar el tratado como unidad de medida de pensamiento, por la cantidad de incómodos decimales que habría que usar, pero sí el párrafo, equivalente aproximado al metro en longitud. A partir de 1500 metros, tendríamos un pensador mediofondista. Excuso decir que la unidad párrafo no ha sido aceptada por el Sistema Internacional de Medidas, al considerarse no mesurable la magnitud pensamiento.

Lo que no impide que a diario se midan y pesen magnitudes menos mesurables todavía, como el crecimiento, la confianza, el progreso, la falsedad, la audiencia o la popularidad ya mencionadas, con toda clase de herramientas informáticas y estadísticas. Pero sin unidades apropiadas. Cuanto menos mesurable es algo, más nos gusta medirlo. Y para qué, si no disponemos de una unidad que mida la veracidad de la medición. El párrafo, en efecto.