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Hace unos días un titular nos golpeaba a modo de bofetada. Los estudiantes de Baleares son los que obtienen las peores notas de Selectividad de toda España. La media más baja y el menor porcentaje de aprobados. Quizá a algunos les parezca poco trascendente, pero la lectura es muy preocupante. En Baleares ya éramos líderes en abandono escolar, y en 2020, según Eurostat, éramos la tercera comunidad española en número de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Teniendo en cuenta que actualmente España va a la cabeza de la UE en número de ‘ninis’, según la OCDE, el dato es más desesperanzador aún.

Así que a partir de los resultados de pruebas de acceso a la universidad, que nos sitúan en el último lugar del ranquin, vemos que ahora nuestros jóvenes son también líderes en falta de competitividad. Esto significa que los pocos que deciden cursar estudios superiores tendrían bajísimas opciones de elegir titulación frente a chicos de otras autonomías y que de poco les serviría el distrito único universitario implantado en 1991 si se plantearan la movilidad nacional. Si a esto unimos que el Plan Bolonia equipara los grados en el Espacio Europeo de Educación Superior, asumamos que el mercado laboral se pone difícil para nuestros jóvenes.

Por eso es fundamental invertir en educación. La semana pasada el director de la Fundación Impulsa, Antoni Riera, catedrático de Economía, impartió una brillante conferencia en el Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez (CESAG) ante estudiantes de Comunicación que mostraron un interés inusitado.

Talento. Ésa fue la indiscutible conclusión. Cultivando este valor podremos posicionarnos de forma competitiva. Baleares ha mejorado infraestructuras y preparación tecnológica, pero apenas hemos avanzado en educación superior y nuestro mercado laboral debe ser más eficiente y corregir los marcados desequilibrios entre cualificación y puestos de trabajo. Porque, según Riera, el 46,5 % de los trabajadores de las islas ocupan un empleo que no es adecuado a su nivel formativo. El 28,4 % presenta una infracualificación para su puesto de trabajo y el 18,3 % una sobrecualificación. La falta de conocimientos y habilidades no beneficia ni al trabajador ni al mercado, pero el exceso perjudica especialmente al empleado y se convierte en un factor desmotivador para el talento. Este desajuste se da especialmente en mujeres y jóvenes menores de 30 años. O incentivamos la formación con un ajuste adecuado del mercado laboral y con una clara mejora de la formación secundaria, o vamos camino de reventar los ránquines en las peores posiciones.