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Esta es la gran verdad que ilumina nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor, nuestra alegría… El encuentro de los apóstoles con Jesús resucitado provocó en ellos una revolución y una transmutación de todos sus planes, quimeras, pensamientos y sentimientos.

Su fortaleza y convicción se mantienen firmes ante las amenazas de los judíos, a los que responden: no podemos callar sobre aquello que hemos visto y oído. Este Jesús que vosotros crucificasteis ha resucitado y es la piedra angular del edificio que vosotros pretendéis construir. La persecución que se desencadenó contra aquella pequeña comunidad fue ocasión para propagar más la Buena Nueva. Los apóstoles iban de un lugar a otro anunciándola…

Aquel etíope, con el que Felipe se había juntado en el camino y al que había adoctrinado durante el largo viaje, exclamó: «Aquí hay agua, ¿qué impedimento hay para que me bautices?» «Ninguno –respondió Felipe– si crees en Cristo Jesús muerto y resucitado por nosotros…» Las ciudades por donde pasaba la predicación apostólica se llenaban de alegría (Cf. Hch 8, 1-40). El cristiano demuestra con su ejemplo que Jesús vive…