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Margarita Robles, ministra de Defensa, resiste. Va a seguir a pesar de la presión de los separatistas de ERC para que Pedro Sánchez prescinda de ella. Exigencia que respaldan desde Podemos, partido que, aunque disimulen, forma parte del mismo Ejecutivo al que acusan de haber espiado a varios políticos separatistas.

La situación se ha complicando a partir de una operación surrealista de control de daños que ha llevado al Gobierno, por boca del ministro Félix Bolaños, a denunciar que tanto el teléfono del presidente Sánchez como el de la ministra Robles habían sido espiados por una «fuente externa». Esta denuncia que implica el reconocimiento de un fallo de seguridad gravísimo no tiene precedentes en el mundo occidental. Ningún gobierno de los países de nuestro entorno reconocieron una quiebra de su seguridad pese a qué en su día trascendió que tanto el presidente Emmanuel Macron, en Francia, como la canciller Angela Merkel, en Alemania, habrían sido expiados. Semejante patinazo parece fruto del ataque de pánico en el que está instalado Pedro Sánchez ante el temor a que ERC –13 diputados– pudiera retirarles su apoyo parlamentario provocando la interrupción brusca de la legislatura. Al admitir que también él ha sido espiado perseguía buscar la comprensión de los separatistas. A la vista está que no lo ha conseguido.

La ministra de Defensa seguirá porque, en vísperas de la cumbre de la OTAN que se celebrará en Madrid, Sánchez no pude improvisar un recambio con el prestigio personal y la solvencia profesional de Margarita Robles. Pero es tal la dependencia política de Sánchez respecto de ERC que acabará entregándoles la cabeza de la directora del CNI, la señora Paz Esteban. Pagará, injustamente. Es la cabeza de turco con la que Sánchez (y Bolaños) creen que apaciguarán a sus socios. En este asunto hay mucho listo que calla porque la ley le impide hablar y hay algunos torpes que se pasan de listos.