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Es automático. Causa efecto. Es ver en la portada del periódico –o en las imágenes de la tele– un crucero de esos que vienen cada dos por tres y oírme decir Puerto Vallarta. Tiene la culpa una serie de los 70 que aquí se llamaba Vacaciones en el mar y en la que siempre el barco atracaba en Puerto Vallarta, venía de Puerto Vallarta o alguien aludía a algo ocurrido en Puerto Vallarta. No sabía situar ese lugar en el mapa pero ha quedado unido para siempre a mi armario de recuerdos inútiles y, por mucha seriedad que quiera ponerle a esto de los cruceros, siempre termino por decir Puerto Vallarta y acordarme de una especie de capitán con gorra y poco pelo que sonreía en cada episodio. Ay la televisión y sus series de esos años. No hay manera de no relacionar cualquier asunto con aquellas.

Esto de los espías, por ejemplo. Fue leer que habían espiado al presidente Sánchez (y antes a líderes independentistas) y verme en un pasillo de puertas que se abren y cierran hasta llegar a una cabina donde se mete Maxwell Smart, el Superagente 86 (otra serie) para recibir algún encargo de su agencia Control, donde también trabajaba la agente 99. Y qué decir de Lou Grant. Supongo que mi imagen del periodismo sería menos épica sin esa serie y sin un redactor jefe que respondía al teléfono diciendo «Actualidad, Donovan».

Por suerte, Canción triste de Hill Street me cogió con el suficiente sentido común para no hacerme policía y, casi tanto como de la frase «Tengan cuidado ahí fuera», recuerdo a la abogada compañera de Furillo y de que le llamaba «pizzero». Qué daño pueden hacer las series. Pero no llego a lo de Pérez Andujar, el de El año del búfalo, que recopila teleprogramas, esa revista con la programación de la tele de cuando solo había dos canales para ver series y demás. Si me pierdo, que no me busquen en Vacaciones en el mar. Andaré, quizá, por Crónicas de un pueblo.