TW
0

En esta sociedad vacía y superficial que hemos creado, la mayoría de la gente cree que todo lo natural es saludable y que todas las hierbas son casi mágicas. Yo, que me he criado muy cerca del campo, recordaré siempre las tenebrosas palabras de mi abuela. Las pronunció un domingo por la tarde, cuando fuimos a visitarla tras parar en uno de los manantiales de la zona para coger agua, como hacían cientos de vecinos. Al saberlo, la madre de mi madre puso cara de susto y dijo: «Ese agua puede estar envenenada, yo no la bebería».

Nos hizo reír, porque para nosotros cualquier cosa que venía de la pureza de las montañas y atravesaba la belleza de las praderas y los bosques, tenía que ser forzosamente buena. «Cuando una vaca se muere enferma, el casero (pagès) la entierra y su enfermedad se filtra por la tierra hasta las aguas subterráneas. Y de ahí llega hasta ese manantial –explicó–. Podéis estar bebiendo la enfermedad que mató a esa vaca».

No volvimos a coger agua de manantial y aprendimos que la naturaleza también puede matarte. Lo hemos sabido siempre –el arsénico y el cianuro son venenos naturales–, pero a nosotros también nos había atrapado la ola new age de venerar a la Naturaleza como a una diosa benigna. Lo he recordado al leer en la prensa que han descubierto que el helecho común contiene una toxina cancerígena, Ptaquilosido, capaz de matar a las ovejas y las vacas que los comen y que esa sustancia se disuelve en el agua y puede filtrarse en la tierra hasta llegar a los ríos y los manantiales que se usan para embotellar agua para el consumo humano. ¡Qué sabia era mi abuela!