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Es innecesario ya que se prohíban las corridas de toros, la fiesta nacional la tenemos ahora en las Cortes, donde los toros rugen, bufan y patean el albero con las patas, pero a sabiendas de que todos están afeitados; se nos ofrece un espectáculo donde la sangre es siempre salsa de tomate. Lo primero que hay que entender de la política española es que se sustenta en un régimen constitucional cuyos pilares inalienables son la monarquía y el bipartidismo, y que su anhelo más secreto es que los extremismos de derechas y de izquierdas, si es que aún existe esa izquierda radical, no sean más que flecos decorativos, como aquellas borlas que llevaban en el tanga las vicetiples y que tanto nos enervaban en nuestra reprimida juventud.

Llevamos un par de semanas de no parar, con un PSOE retratándose para la eternidad con lo del Sahara y sin dar explicaciones al tendido, con la implicación en una guerra, la de Rusia y Ucrania, sin que las Cortes tuvieran tiempo de deshojar la margarita, con el ‘caso Pegasus’ -¿Cómo es posible que hasta la fecha haya estado vigente una ley franquista del 68?- o con la nueva normativa sobre la transparencia presupuestaria de la Casa Real, donde los temas a controlar serán los que decidan de común acuerdo Hacienda con la mismísima Corona. No se puede ser más fullero. Puro cartón piedra.

El jueves pasado moría uno de los grandes actores del país, Juan Diego. En una de sus últimas entrevista le preguntaron por la situación política del país, a lo que respondió que vivimos en un país fallido. Pues eso.