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Érase una vez un niño pijo que creció en una burbuja de riqueza, viendo a su alrededor asueto permanente, sólo interrumpido para asistir a fiestas y a pases de modelos. Y así se convirtió, como sus antecesores, en un vago amante de lujos que rendía culto al más absoluto hedonismo y miraba a la plebe por encima del hombro. Bien instruido, practicaba el pillaje de guante blanco, creyéndose por encima del bien y del mal, burlándose del sistema y alimentando su avaricia.

Probablemente, este niñato pensaba que tenía mucho mérito porque no es fácil engordar el apellido y lograr todo esto sin despeinarse. Que en la universidad no se enseña y eso le hace autodidacta, aunque quién sabe si habría lista de espera para optar a la titulación de vivir del cuento para redondearla luego con un máster de codicia, esa ruin característica por la que uno quiere acumular, sin el remordimiento de ver al prójimo en la inopia.

En España, efectivamente, tenemos unos cuantos para los que su máxima preocupación es decidir qué ropa se ponen o con qué amigo con yate quedan, da igual si es laborable o fiesta porque no hay diferencia para ellos. El fenómeno no es nuevo, si algo más trae la democracia es que estos especímenes ya no sólo acceden a su clase por herencia. El enriquecimiento sin pegar palo al agua ya no es patrimonio exclusivo de la aristocracia, es también opción para una bolsa de aspirantes que venden su vida en internet o en la televisión más choni a cambio de patrocinios de marcas y de la estulticia de admiradores.

Esta columna sociológica tiene que desembocar en un análisis de la vida y obra de personajes como Luis Medina y sus colegas o cualquier otro ejemplo de parasitismo. También exige una reflexión sobre políticos que acceden a la cúspide a base de favores que se tornan deudas. El posible estafador con título nobiliario es un ejemplo más del ascenso basado en la prepotencia del yo soy y yo conozco a, entronados en un sistema viciado que lo permite. En España, por cierto, hay concedidos más de 2.800 tratamientos entre duques, marqueses, condes, vizcondes, barones… Honores inventados por el humano que crean alcurnias obsoletas e ilógicas.

Pero meditemos sobre la carrera profesional del jeta que sube un peldaño para convertirse en delincuente. El que aprovecha su improductiva posición para además sacar beneficio de la penuria del otro, debería obtener el desprecio de la sociedad y el castigo de la Justicia. Los negocios usureros basados en comisiones indecentes tienen que ser perseguidos y penar al gestor y al enriquecido, recordando que el nepotismo es delito. Medina y Luceño son presuntos, pero su perfume huele a tufo.
No sé si podrá demostrarse la ilegalidad de su pelotazo, pero espero que el fiscal y el juez actúen con contundencia y haya sentencia ejemplar. El cobro de 6,1 millones de euros en comisiones es inmoral, con la agravante de saber que la mayoría de mortales mermaban sus ingresos vitales en medio de una pandemia. Y con la burla de vaciar sus cuentas después de comprarse un yate, tres Rolex, doce coches de lujo, una moto y varios inmuebles.