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La Semana Santa había quedado atrás, y ahora tocaba prepararse para otro sábado de Gloria, que, sin llamarse formalmente así, iba a celebrarse como cada año (salvo durante el paréntesis por una pandemia) el 23 de abril. Lo de menos era que Shakespeare y Cervantes hubieran muerto el mismo día siglos atrás. Quizá no era verdad esa coincidencia (o sí) pero daba para una celebración entusiasta pues seguían vivos. Echó mano de un programa editado por las instituciones y supo que también se organizaban procesiones. La primera era el lunes siguiente al domingo de Resurrección de la celebración religiosa.

En esa primera procesión –la que anunciaba las siguientes hasta el viernes– desfilaban los estandartes o banderas que identificaban la literatura universal. Ahí se mostraban géneros, estilos, nombres y diferentes maneras de escribir. En todas las ciudades y pueblos se celebraban y los medios ofrecían información abundante. Esperaba con especial atención la centrada en las distopías y en la ciencia ficción, pues muchas veces incluyen claves cuasi religiosas. El bombero Montag la encabezará seguro. Irá haciéndose preguntas, descubrirá que en el pasado los bomberos apagaban incendios en lugar de quemar libros.

Al paso de la procesión de Farenheit 451 irán sumándose otras personas que, a su modo, también participarán en una conjura parecida a la que él se metió: la de aprenderse de memoria libros que no se pueden perder y que deben sobrevivir. O igual no. O igual todo es mentira y nada de eso ocurrirá en los días que quedan hasta el próximo sábado. Pero qué más da. Todo es posible ante un 23 de abril.