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Se ve que el comercio local anda de capa caída tras el varapalo de la pandemia y la competencia desproporcionada del e-commerce. Por eso, el Ajuntament de Palma va a gastar más de un millón de euros en repartir bonos que animen las ventas entre los vecinos, a la espera de los turistas. Es uno de esos apaños que tanto les gustan a los gobernantes, acostumbrados a poner un parche provisional –y carísimo– cada vez que surge un obstáculo; porque solucionar problemas es bastante más complicado.

Los retos a los que se enfrenta este sector son grandes y de difícil arreglo, especialmente porque reproducen un modelo propio del siglo XX –algunos siguen anclados en tiempos incluso anteriores–, cuando el mundo ya ha mutado de forma radical. Las personas de cierta edad seguirán –seguiremos– encantados de ir a nuestras tiendas de siempre a buscar lo que necesitamos.

Pero la generación más joven es otro cantar. Me pregunto si ahora que el transporte de mercancías se ha encarecido de forma abrupta será tan ventajoso comprar en internet y hacer que tu nueva camiseta –gadget, pieza de bisutería, deportivas, abrigo o sala boloñesa envasada al vacío– viaje desde Asia hasta Mallorca a precio de ganga. Lo más probable es que no. Que esto también se ponga difícil.