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C asi 50 días después de que los tanques rusos invadieran Ucrania, Putin se lo juega todo a una carta. El cerco a Kiev, la capital, ha fracasado de manera estrepitosa y la numantina resistencia de los ucranianos ha obligado al dictador a tomar una decisión drástica: todo se decidirá en el sureste. Donde, por otra parte, empezó todo en 2014. El Donbás, a estas alturas, puede ser el trofeo ruso o la tumba de sus ejércitos. Los soldados del Kremlin, con el actual dibujo de los salientes, pueden avanzar desde Járkov y Jerson, al norte y el sur, en dirección a Dnipro, y embolsar de esta forma a las mejores brigadas de Zelenski, que resisten los embates en Donetsk y Lugansk.

Algo similar a lo que ocurrió en agosto de 1944, cuando los aliados rompieron el frente en las inmediaciones de Caen y amenazaron con rodear a todo el Grupo de Ejércitos B del mariscal alemán Von Kluge. Las dudas de Hitler sobre si ordenar el repliegue inmediato o dar la orden de resistir, similares a los bandazos de Putin a la hora de sitiar Kiev, estuvieron a punto de ocasionar uno de los mayores desastres militares alemanes.

Una operación Bragation del frente occidental. Los generales de la Wehrmacht, sin embargo, eran portentosos a la hora de replegarse de forma ordenada y finalmente las mejores unidades Panzer alemanas pudieron salir del cerco de Falaise, que aún así se cerró con 50.000 soldados del Führer capturados y cientos de piezas de artillería desperdigadas por el camino. Putin, nostálgico de aquellos tiempos de hazañas bélicas europeas, tiene la oportunidad de llegar al 9 de mayo –día de la victoria de la Unión Soviética sobre los nazis– con el sureste de Ucrania embolsado. O de acabar en un gulag siberiano por inútil, que eso también es muy soviético.