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Algunas personas disfrutan del invierno y de los momentos de estufa, sofá y manta. Otros sienten una especial inclinación por la melancolía del otoño. Y los hay que prefieren el verano y la playa. Pero hoy nos corresponde hablar de la primavera. Unos meses que, a pesar de las alergias, los mocos y la inestabilidad del tiempo, son considerados por muchos como la mejor estación del año.
Hemos tenido un inicio de primavera extraño y bastante desapacible.

En nada parecido a lo que cantaba Joan Manuel Serrat: ni se ha adelantado el vint de març, ni ha llegado cantando la belleza en bandolera. Todas las miradas se posan en las temperaturas y la inestabilidad que nos está azotando durante esta primera quincena de abril. Los días son cada vez más largos. Deberíamos haber despedido a los abrigos, las bufandas y los gorros, pero en estos días seguimos basculando entre el jersey de lana que no nos hemos atrevido a guardar y el de manga corta que ya hemos sacado del armario. Se está cumpliendo aquello de que hasta el 40 de mayo no te quites el sayo.

Este año se anuncian las lluvias que habitualmente acompañan a la Semana Santa. Un protagonista no invitado que amenaza con dificultar nuestras procesiones, con el desfile lento y cansino de los portadores de nuestros añejos pasos y hermosas vírgenes. Por su parte, los no devotos a estas costumbres religiosas temen ver jorobadas sus primeras aventuras playeras o sus fugaces viajes.
En fin, la llegada de la inconstante primavera nos anuncia algo importante: ¡ya llega el buen tiempo!, y con él, las vacaciones.