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Con buen criterio, este XX Congreso del PP tuvo carácter extraordinario; centrado en la elección de Núñez Feijóo como nuevo presidente. Tocaría en el próximo congreso ordinario, que estatutariamente debería celebrarse en julio de 2022 (y podría retrasarse hasta doce meses) abordar el debate de las ideas. Y ver hasta dónde el liderazgo Feijóo se refleja en sus ponencias de política y estrategia; midiendo hasta dónde es verosímil ese nuevo cambio hacia el centro o es otro ardid electoralista, con el que el PP acostumbra a seducir y defraudar a la parte centrista de sus votantes. El salto a la presidencia del partido ha sido propiciado por las baronías con poder, Galicia y Andalucía, ambas reductos de la era Rajoy, aprovechando el envite de Isabel Ayuso (43 años) que ahora debe de estar exultante, sintiéndose que podría suceder al gallego (60 años) cuando la edad apriete. Los otros, comparsa oportunista elevada a presidencias regionales por amor al jefe Casado, se apuntaron al cambio de liderazgos tras una partida nocturna de póker. Feijóo no habrá de temer patios traseros hasta que en las próximas elecciones genérales se dé cuenta de que ni con Vox alcanza para la Moncloa.

Hay un convencimiento mediático en atribuir al presidente de la Xunta ser buen gestor y pragmático. Olvidando la comodidad de la mayoría absoluta, en una Comunidad que cierra el paso a quienes no alcanzan el 5% del electorado, y que el principal mérito de Feijóo es haber sucedido a un monstruo político como Fraga aprendiendo, muchos antes de la generalización de los relatos impostados, el valor del imaginario público. Feijóo es un susurrador hábil en sombrear lo que no conviene para focalizarse en aquello que encandila. Los gallegos que no le votan le acusan de nepotismo y muchos de sus votantes piensan que esa es la medida de un liderazgo natural. La habilidad que le funciona en Galicia no le va a servir a escala nacional. Si no hay pasos decisivos de cambio político, ideológico en cierta medida, no podrá convencer más allá de a los suyos y no entusiasmará a los que necesita para alejarse de los de Vox. Y eso le alejará de la Moncloa.

El presidente Sánchez sigue sobreviviendo día a día a calamidades imprevisibles y sigue dependiendo de sí mismo para su reelección. No parece que vaya a perder mayoría parlamentaria si es capaz de continuar siendo proactivo sin dejarse enredar en tactismos timoratos, ni caer en las trampas que vaya a proponerle el tono intimista del señor de Orense. El nuevo presidente ‘popular’ tiene la fortaleza de la unanimidad y la solvencia política para transformar el partido popular en un partido de centro derecha, homologable con los populares europeos de Alemania, Austria, Países Bajos e incluso de la Francia de Macron. Para ello, tiene que poner su discurso presidencial en los papeles programáticos del partido popular. Sin ambigüedades ideológicas que alberguen posiciones preconstitucionales.

Feijóo tiene que buscar fortalecer su divisa política más que pretender, como seguro piensa, el compromiso de Sánchez para facilitar el gobierno a la lista más votada en las próximas elecciones, con el pretexto de aislar a Vox, descafeinando el valor del parlamento. El PP debe aspirar a ser el partido del centro derecha que la España constitucional necesita alejándose definitivamente de la resistencia posfranquista en sus filas. Para esto esta Vox. Si Feijóo cree en la España plural y diversa; en la España de las autonomías como garantía de la unidad de España, como dijo en su discurso presidencial, y si quiere navegar con un rumbo claro, con madurez y sentido de Estado, es hora que convoque el próximo congreso ordinario sin dilación y que, en su ponencia política, incorpore inequívoca y expresamente, conceptos como la defensa de las autonomías y la diversidad y pluralidad de España. Enmienda tumbada en el 18 congreso, en 2017, cuando se propuso que en la ponencia política, junto a la «la defensa de la unidad de España» se añadiera «y de sus regiones y nacionalidades».