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Hace 108 años, el mundo se había convertido en un hervidero de odios y discordias, de ambiciones enloquecidas y patrioterismos ciegos. Lo narra Maxence van der Meerch en su obra Invasión 14. Era el choque de los imperios. Hoy, vuelve a serlo. No hay escarmiento y el oro sigue mandando. La energía del oro y la manipulación del oro. «La ciudad estaba llena de humo, de vapor y de polvillo rojo de los incendios. Hacia la estación y el Teatro se veía un gran espacio donde se alzaban, aquí y allá, grandes esqueletos negros de hierros y piedra, de aspecto siniestro, con sus grandes ventanas abiertas al vacío y al incendio. Ni una señal quedaba de lo que habían sido calles.

Montañas de ladrillos, de vigas y de vidrios rotos era todo el panorama. Aún se alzaban al cielo algunas llamas y crepitaban algunas hogueras. Un humo sofocante lo llenaba todo. Sobre toda aquella ruina andaba una multitud con la mano sobre los ojos, lagrimeando, tosiendo, medio ahogada. Bomberos improvisados formaban cadenas, y, de vez en cuando, descubrían bajo los cascotes el rostro de un amigo. Largas filas de fugitivos tomaban la carretera y huían de la ciudad, cargados de informes paquetes y completamente abatidos; gentes medio vestidas, mujeres en camisa. Apenas cubiertas por un abrigo; chiquillos desnudos bajo las mantas. Un hedor de lana y madera carbonizadas llenaba la atmósfera. Las casas partidas en dos mostraban al aire sus habitaciones, con los muebles balanceándose sobre el vacío y sus camas colgando en el aire...».

Entonces era la ciudad de Lille. Hoy es Kiev, Odesa… Nos afanaremos en buscar culpables pero solo vemos lo que nos dejan ver. La pregunta que flota sobre las cabezas de los dirigentes políticos es… ¿Valía la pena? ¿Eso de pegar y dejarse pegar… Vale la pena? ¿Cuánto vale en vidas humanas un petróleo, un gas, un carbón o una frontera? Somos tercos, inconsecuentes, temerarios y sobre todo invasores, en esencia y en potencia. Y donde hay un invasor hay un invadido. Es algo que sucede desde la vida en vecindad a la mala convivencia en los grandes espacios territoriales. Así será mientras no sean escuchadas las razones del otro, mientras no sean previamente calculadas las amenazas y los peligros. Hay un adagio mallorquín, viejo como el pan, que dice: Si uno no quiere, dos no se pelean. Pero en esta naturaleza nuestra, la rabia puede más y así andamos.