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Pronto hará una semana que desapareció una hora. Iban a dar las dos pero dieron las tres. Fue la evidencia más clara de aquella desaparición que, casi una semana después, sigue sin aclararse y dando que hablar. Cierto que no fue una sorpresa y que hacía tiempo que se advertía de que algo así iba a ocurrir. Pronto se cumplirá una semana. Mucha gente tiene la sensación de que las semanas van más rápido que los días, que pasan a más velocidad.

Quizá porque se hace más largo enumerar los días de la semana uno a uno: lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo. Es mas cómodo (y más corto, ocupa menos espacio) escribir «una semana» que el nombre de todos los días que la forman. Sin apenas darte cuenta, ha pasado una semana de algo. Además, como uno de esos días duró menos –desapareció una hora–, todavía parece más corta. La hora desparecida (y no creo descubrir nada con esto) estaba formada, a su vez, por sesenta minutos con sus correspondientes segundos. A veces, sin embargo, una hora se hace más larga que un día. Sobre todo si es una hora de espera, si es la hora que queda para terminar un trabajo, si es la hora que falta para quedar con alguien o es la que resta para empezar algo que te interesa mucho.

Pero si alguien esperaba, el pasado domingo, que dieran las dos para algo, es posible que ese alguien desapareciera cuando desapareció la hora. No sé; si a Putin le hubiera dado por declarar la guerra justo a una hora que tenía que desaparecer, es posible que también hubiera desparecido. Él y sus generales. El tiempo es un misterio. Y no es sólo que las semanas pasen antes que los días y que las horas vayan más despacio que éstos; es que no sabes cómo tomarte los meses, ya que no duran todos lo mismo. Qué difícil es así hacer planes y recordar. Suerte que a Proust no le cogió el cambio de hora mientras mordía la magdalena.