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En la actualidad, los productos de temporada han dejado de existir de forma natural y cada alimento ya viene cortado y empaquetado; un armario se monta con bisagras prefabricadas; la fruta y verdura están en el mercado sin tener que esperar la época de maduración, dado que tenemos todos los productos en cualquier momento del año, madurados bajo cubiertas de plástico a temperatura templada. El progreso en la manera de trabajar ha adelantado tanto, que existen máquinas que hacen nuestro trabajo, sin ensuciarnos, ni cansarnos; a lo sumo, el trabajo consiste en vigilar la cadena de producción por si algo falla. El resultado es mucho más rápido, saliendo los comestibles colocados y empaquetados, troceados, con una lengüeta en una esquina ‘abre fácil’ que a veces se hace difícil que a uno le dan ganas de echar el paquetito por la ventana, en fin.

A las fábricas les llaman industrias de lo uno o lo otro, adiós a lo hecho a mano que ahora se llama artesanía, diez veces más caro que la producción industrial. Es una maravilla para los dueños y consumidores, mientras los trabajadores reciben salarios de pena, claro; no pueden pagar más debido al encarecimiento de los materiales y fuentes de energía. A los empresarios, los gobiernos les apoyan; a los empleados también, pero con prestación inferior en proporción a las ganancias de los propietarios.

Ahora, a cualquier profesión individual también se le llama industria: industria cultural, arte industrial, industria del comic y grafitis culturales que emborronan paredes de ciudades, lugares protegidos, rocas y acantilados pintorreados con cubos de pintura, dificilísimo de quitar. La gran novedad será pintarrajear las paredes de los aparcamientos subterráneos con derecho a visita del público. El ingenio artístico, propuesto por el Ayuntamiento palmesano, constituye una gran mamarrachada para diversión de jóvenes, sin arte, ni buen gusto, convirtiendo la ciudad en un lugar fantasmagórico, feo y guarro. Maravillosa exposición para los turistas.

La industria del libro está al alcance de cualquier persona escribiente, que para nada es cultura. Más aún, la cultura ha sido asociada al ocio, sin reparar en la calidad, buena o mala del escritor; de aquí la acotación ‘industria cultural’ interpretada como diversión superficial y ascendente según la publicidad de la editorial. El escritor verdadero necesita silencio, reflexión, verdadera y solitaria creación, no equiparable a la vulgaridad presuntuosa que inventa falsedades, creyéndose merecedor del bien dotado premio Nobel. ¡Por Dios!