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Aprovechando las rarezas de Netflix, los últimos días he visto algunas pelis antiguas que no conocía de nada. No clásicos del cine, antiguas sin más, de los años 40 o 50. Blanco y negro, actores desconocidos, directores más desconocidos todavía, ningún intento de espectáculo. Creo que una era de ciencia ficción, con investigaciones científicas muy secretas, y otra de detectives o quizá de espías.

El resto no me fijé, me daba igual. Las pelis no estaban dobladas y conservaban el título original; probablemente porque ni siquiera fueron estrenadas aquí en su día. Me extrañó un poco mi comportamiento, sobre todo porque ya no suelo ver películas; se me hacen muy largas, me aburro. Y para una vez que lo hago, pues ya ven. Sin embargo, y eso sí que es raro, estas antiguallas anónimas resultaron ser un entretenimiento excelente, tan avanzado que pensé si no estaba logrando evadirme incluso de los entretenimientos.

De todos, lo que sería el colmo de la evasión y el entretenimiento. Un antientretenimiento entretenido, si se puede definir así. Si no se puede es igual, porque poco más puedo decir al respecto sobre mis actuales aficiones cinematográficas. No sé por qué hago esto, ni siquiera si me he aficionado. Claro que tampoco sé por qué ceno todos los días un par de manzanas, y una vez al mes, acaso para recordar lo que me estoy perdiendo, pan con sobrasada. Maniobras evasivas. Cosas de anacoreta, esquemáticas, muy austeras; quizá me estoy estilizando. Austeridad en el placer, decía Graham Greene. Diversiones escuetas. Fueran lo que fuesen las pelis que estuve viendo, el blanco y negro fue un gran alivio para la mente. Refleja la realidad con mucha exactitud, como es.

Los colorines se los inventa el cerebro, no existen fuera de él. Adornos engañosos. No creo en el color, me cansa. En los textos las letras son negras, no de colores, y las páginas, blancas. Así es la realidad; así debería ser todo. Blanco y negro, como un párrafo. Ahora que lo pienso, me gustaría retozar con una mujer en blanco y negro; hasta el sexo sería entretenido, y más razonable. No sé por qué lo pienso, y tampoco por qué hago ahora estas cosas. No tengo ni idea. Si lo averiguo, ya se lo contaré.