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Creo que la primavera ya solo está en la poesía. Este equinoccio se produce con una guerra que no cesa, una nueva ola de COVID-19 y unos precios que son escandalosos. La climatología tampoco ha acompañado, aunque ello sea lo único de lo que no nos podemos culpabilizar. Apelo a la responsabilidad para todo lo que podríamos cambiar y que cada vez es menos. Nunca la democracia se había parecido al feudalismo y nunca pensamos que el despotismo podría alterar el orden mundial (que tal vez solo sustentaban los intereses económicos). La primavera iba a corregir el panorama aportando ilusión (aunque sabemos que las primaveras también han sacudido nuestros peores sentimientos).

Son demasiados los miedos que la poesía, en su día mundial o cualquier otro, debe intentar sanar o canalizar. Puede que la función del poeta, ante una política tan rabiosa y devaluada, vuelva a cobrar el protagonismo social que nunca debió perder. Una sociedad inculta es una sociedad manipulable y ello lleva a consecuencias trágicas. Basta citar las primeras voces que se silencian cuando el conflicto impone sus reglas. Aquellas que son honestas, valientes y verdaderas. Algo que no gusta a quienes entienden el poder como una manera de practicar el egocentrismo y el desarrollo de los intereses de la tribu.

Es un momento para recordar a Gil de Biedma que tan bien supo reflejar la realidad de su época y la esencia de la vida. Los versos se convierten en lecciones que se aprenden desde la emoción: «La cuestión se reduce a estar vivo un instante, / aunque sea un instante no más, / a estar vivo / justo en ese minuto / cuando nos escapamos / al mejor de los mundos imposibles. / En donde nada importa, / nada absolutamente –ni siquiera / las grandes esperanzas que están puestas / todas sobre nosotros, todas, / y así pesan.» El poema se titula Las grandes esperanzas y creo que convendría el sacrificio de encontrarlas. Son esperanzas que solo pueden partir de una primavera de las ideas que permita unirnos en vez de enfrentarnos. La tragedia de Ucrania debería servirnos para analizar a qué punto nos han llevado nuestros políticos; se asemeja a aquella crispación que nos lanzó al fratricidio. Hemos entendido que las guerras las empiezan y las acaban los dirigentes con el sacrificio de vidas e ilusiones. Solo el poeta las recolecta y las transforma en arte para que podamos entender que en lo bueno y en lo malo siempre existe una necesidad de compartir y transformarse.

No concibo otra poesía que la que se convierte en un espejo, en una terapia. Ninguna medicina puede logra curar el dolor de estos últimos años. Un dolor que sigue encontrando nuevos rumbos y motivos. Un dolor con el que convivir, como el del poeta que, siendo o no maldito, lo comparte con el fin de poder curarlo.