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Dicen que en el norte hay mejores músicos y en el sur abundan los pintores. Aunque no se pueda generalizar, es obvio que el clima determina nuestras aficiones y gustos, porque marca la forma en que vivimos. Los países fríos, donde las bajas temperaturas invitan al recogimiento e impiden las actividades al aire libre, suelen tener mayor número de personas lectoras y una cultura musical más rica. La mayoría de niños tocan algún instrumento con un nivel superior a la media de los países cálidos. Por eso grandes genios de la música nacieron en los países nórdicos. Por el contrario, los cielos azulísimos del Mediterráneo y su luz invitan a pintores de todo el mundo a buscar rincones para inspirarse. Es evidente que encontraríamos numerosas excepciones, aunque me gusta pensar que la lluvia alimenta la creación musical y los días claros invitan a buscar colores.

En esta guerra horrible que nos ha tocado vivir con incredulidad, el arte y la belleza desaparecen. La crueldad humana borra cualquier vestigio creativo. Nos devuelve a la condición de bestias. Borra el consuelo, la compañía y la fuerza que nos transmite el arte ayudándonos a vivir.
Suele ocurrir así: asociamos la guerra a la destrucción de vidas y civilizaciones. Sin embargo, muy de vez en cuando, el arte se impone brevemente al horror. Un joven alemán viajó hasta la frontera que separa Ucrania de Polonia. No lo hizo solo, sino que se llevó con él su piano.

Instalado durante muchos días en la frontera, tocó durante horas y horas. Interpretó músicas que inspiraban alegría y esperanza, paz y sosiego, que transmitían coraje, que daban la bienvenida. Fue su granito de arena para hacer un poco menos amargo el camino al exilio de muchos refugiados ucranianos. Al verles en el último tramo entre su vida perdida y un horizonte desconocido, intentaba consolar su pena con música. Mientras constataba la tristeza en sus rostros, el abatimiento en sus pasos, el cansancio… sus dedos se movían con agilidad para ofrecerles música. Era un bello regalo: la constatación de que en los momentos más duros el arte sigue ejerciendo una función salvadora.