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El PP ha abierto definitivamente la puerta de la gobernación a Vox. Lo ha hecho en una comunidad autónoma, sí, pero no se puede ignorar que su entrada en un gobierno de coalición con el PP sienta un precedente inquietante. El pacto lo ha avalado Núñez Feijóo, que nadie duda de que será el próximo presidente de la formación, con un argumento más propio del defenestrado Casado que de un dirigente que se presentaba como la esperanza de recuperar el centrismo y el sentido común. Feijóo ha culpado al PSOE de que Vox haya tenido que entrar en este gobierno regional al no haber facilitado la investidura de Mañueco, como candidato más votado, con su abstención.

Olvida Feijóo que el PP no hizo lo propio con el PSOE en las pasadas elecciones autonómicas. Convendría recordar en este punto la historia de este despropósito. Mañueco decidió adelantar las elecciones con la complacencia de la anterior dirección nacional del PP para quitarse de encima a Cs y conquistar una mayoría absoluta o suficiente como para gobernar en solitario. Querían repetir el milagro de Ayuso en Madrid y seguir allanando el camino de su líder a La Moncloa. Salvo quitarse de en medio a su socio, Mañueco no consiguió nada más.

Y el resultado del fiasco es que ha cambiado en su gobierno a los consejeros centristas de Cs para dejar disponibles sus asientos a representantes de un partido antiautonomista, antifeminista, xenófobo, homófobo y antieuropeísta. Solo el tiempo determinará el peaje que el PP pagará por este apoyo de Vox, aparte de la factura ya emitida. De momento, Mañueco ya ha aceptado renunciar a la regulación autonómica en materia de violencia machista que su propio partido sacó adelante. Y ya habla de violencia intrafamiliar, como Vox, mientras se refiere a la violencia de género como «esa violencia de la que usted habla».