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Decenas de voluntarios ayudaron el otro día a forestar zonas del parque de Bellver. Contrasta con las protestas de vecinos de El Terreno, arropados por otras asociaciones, y de una recogida de firmas contra la remodelación y mejora de la zona de juegos infantiles en el mismo parque. La sensación es que los ciudadanos de gritos y pancartas se apoyaban en intereses y prejuicios.

Porque, quién puede oponerse a que se limpie, modernice y dote de elementos de disfrute para niños un parque si el proyecto es seguro y ecológico. Cada mañana, un equipo limpia los suelos y acondiciona las instalaciones. Meses después de la inauguración, entre pitos y aplausos, observo que la ínfima parte del bosque de Bellver que ocupa el área de juegos está más limpia que antes, acuden más niños y familias, se usan los más de veinte cacharros de juego y aventura infantil, la mayoría de material no contaminante como madera y fibra vegetal. El espacio y el entorno han mejorado para usuarios y paseantes.

Quien suba por la calle Polvorín puede observar que todavía se mantienen en algún coche letreros como ‘Esto no es Port Aventura y Port Aventura ya está aquí’ y me pregunto con recelo si los que protestaban tenían algún rechazo político a la iniciativa, si algunos residentes pretendían seguir preservando su comodidad. Silencio, que los niños son muy molestos. Parece que los mensajes intentan disuadir a familias que llevan a sus hijos a una zona de parque a la que antes los vecinos cercanos llevaban a sus perros para que mearan y cagaran tranquilamente entre columpios oxidados.