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Frente a la enormidad de los desastres traídos por la invasión rusa de Ucrania, que esté provocando tanto revuelo la noticia de que el rey emérito haya decidido volver a España me parece indicio del peligroso grado de infantilismo que caracteriza a una parte de nuestra clase política. Por cierto que quienes más levantan la voz son los mismos que no dan muestras de gran conmoción por las atrocidades que están cometiendo las tropas de Putin en Ucrania. Juegan con las palabras para intentar establecer un reparto de responsabilidad endosando a la OTAN la responsabilidad última de la agresión rusa a un Estado independiente. Don Juan Carlos quiere volver a España y está en su derecho. No hay causa judicial abierta contra su persona y aunque el juicio moral a su conducta privada no le favorece, el balance político si. De ahí que si quiere volver nadie debería sentirse agraviado ni rasgarse las vestiduras.

La noticia, conocida al hacerse pública una carta dirigida a su hijo, el rey Felipe VI, anuncia que tiene intención de fijar su residencia en Abu Dabi espaciando sus visitas a España. No deja de ser triste porque lo que anuncia es un medio exilio decidido en función de la situación. Es una decisión qué viene forzada por el clima de hostilidad creado por determinada opinión publicada. Una corriente que mezcla el reproche a hechos reprobables de la conducta privada de don Juan Carlos con una manifiesta militancia republicana. Nada habría que objetar salvo que se olvida del mérito personal y político atesorado por Juan Carlos I en la defensa de la democracia en años que fueron decisivos de nuestra historia reciente.

Y no fue sólo su actuación durante el intento de golpe de Estado del 23-F. Hablo de los años que vinieron después en los que acató y respetó la Constitución sin las interferencias y ‘borboneos’ propios de otras época. Sembrar cizaña al respecto de la vuelta a casa de don Juan Carlos, sinceramente, me parece una mezquindad. Pero ya se sabe que hay gente ‘pa tó’.