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Una virtud política elevada a cero no existe, no vale nada. Lo mismo cuando se trata de un conjunto vacío, incapaz de levantar ilusiones de tener una nación competente y equilibrada, generosa y dialogante. Lo contrario es ese torrente de montar demagogias, mentir en los medios, tergiversar a los cuatro vientos, prometer lo que no se cumple y tomar, por tonto, al electorado. Decía alguien, con buen tino y mejor ingenio, que para ser un buen político hay que saber medir hasta donde el pueblo puede seguir respirando al verse inmerso en una inundación de excrementos. No deja de ser dura esta jocosa fórmula al aplicarse a elementos reales y hechos reales. ¿Qué les sucede a quienes en algún momento, metidos en los negocios de la corrupción, se han querido hacer pasar por padres de la patria? Añádase a esto, el nepotismo mangante que desde el invento de la democracia es la mayor tomadura de pelo que se puede hacer al sufrido contribuyente.

Claro está que no existe en la realidad, como pasa con toda obra humana, un Estado democrático perfecto ni unas instancias jurídicas siempre justas pero mientras las cosas sean perfectibles se pondrán esperanzas en una mejora de la marcha del día a día, desoyendo los fanatismos de unas militancias que no digieren el respeto al oponente. Quizá ahí se encuentre la clave de todo junto. Figuras de la cultura como María Zambrano o Manuel Altoaguirre, temerosas de que permanezca entre las sombras el fantasma del autoritarismo pretérito, pueden advertirnos de que el porvenir que no se mire de frente, entre las verdades que nos rodean, es augurio de interminables pesadillas. Sólo la autocrítica, de quienes ostentan el poder o de aquellos que intentan torpedearlo, puede evitar que caigamos en aquello que en matemáticas se llama el conjunto vacío.

De ahí puede salir un pueblo que se atreva a reorganizarse, a regenerarse, a renovarse desde todos los ángulos del progreso y de la supervivencia. Escribía Zambrano que la conciencia corresponde a un tiempo humano que es el tiempo del pasado, del presente y del porvenir, una especie de cinta cinematográfica que se desliza y que no podemos sobrepasar… en ese tiempo nacen los ensueños y también las mentiras que forman los mitos, estos delirios que el hombre se inventa a sí mismo… El fanatismo y la tóxica poltrona.