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Dicen, cuentan, cotillean, que hasta altas horas de la noche se le oyó a Pablo Casado decir «Es que no lo entiendo», «No he hecho nada malo», en la sede del PP mientras los barones, reunidos en jauría, devoraban sus restos políticos obligándole a dimitir para ceder el paso al hombre tranquilo de Galicia, ese hombre que lleva años sentado a la puerta de su casa viendo los cadáveres de sus enemigos pasar. Que entre Casado y Ayuso había bofetadas era vox populi, venían de lejos, de cuando Ayuso dejó de ser la apuesta del joven Casado para convertirse en la esperanza del viejo PP. Y aquí lo de vox y esperanza tómelo cada cual como mejor entienda. Tanto fue el cántaro a la fuente que, al final, se rompió, pero, hete aquí la sorpresa, resultó que quien se rompió no fue Ayuso, la sospechosa de nepotismo y corrupción, sino Casado, el que vino con la promesa de regenerar al viejo partido podrido. Ayuso, de momento y solo de momento, sigue atrincherada en Madrid y cede el paso al asalto de La Moncloa al hombre tranquilo que, ahora sí, parece dispuesto a afrontar tal empeño si lo hace unánimemente aupado por las multitudes peperas.

En apenas una semana Casado ha pasado de considerarse el salvador de la patria, a ser políticamente asesinado a puñaladas por la espalda y entre aplausos por quienes más le debían y más lealtad le habían prometido. A César también lo asesinaron de esta guisa, pero al menos sin aplausos y después de haber sido emperador. Lo de Casado es mucho más cruel.

¿Qué había pasado? ¿Por qué rodó la cabeza de quien pretendía regenerar el partido en lugar de la de la sospechosa de corrupción? Bien habría hecho Casado en leer más atentamente los tabloides de la caverna mediática, esa caverna para la que moral o ética nada significan cuando de asaltar el poder se trata. Ya tienen a su nueva esperanza, que caiga el hombre tranquilo solo es cuestión de paciencia y tiempo, paciencia para que desgaste a Sánchez y lo haga vulnerable; tiempo para poder lavar las dagas de la sangre. Al electorado español, ese electorado al que parece que la corrupción le importa un bledo, le desagradan las luchas internas. Por eso había que preparar bien el asesinato político de Casado, hacerlo rápido y elegir el momento más adecuado. Y en eso el mar de fondo que acuna a Ayuso es un auténtico experto y tiene los contactos y la mala leche necesaria para conseguirlo. Ni Shakespeare hubiera podido urdir mejor trama. Pero es que, además, ha tenido hasta suerte, porque va Putin, ataca a Ucrania y fracasín fracasado, este cuento se ha acabado.