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Seis días después de la invasión de Ucrania, el Ejército ruso no ha conseguido su principal objetivo: conquistar y ocupar Kiev, la capital. Los invasores se han encontrado con una resistencia con la que no contaban. Todo indica que Putin confiaba en que la guerra sería breve. Quizá por eso la propaganda rusa habla de una «operación especial». La historia nos enseña que de las guerras lo único que se sabe con certeza es cuando empiezan, no cómo y cuando terminan. Y ése es ahora el nudo de la cuestión.

Porque a la inesperada, valiente y digna reacción de los ucranianos asumiendo con determinación la defensa de su país se ha unido sin remilgos la UE. Por una parte, junto a EEUU, poniendo en marcha sanciones económicas importantes, expulsando a varios bancos rusos del sistema global bancario SWIFT y congelando activos de personas y empresas rusas que operan en los países de la UE. Y, por otra, aportando ayuda económica a Ucrania destinada a la adquisición de armamento defensivo. Recursos que en el caso de algunos de los países como Alemania han ido más lejos proporcionando armamento moderno.

La decisión de Berlín que también anuncia el incremento de hasta un 2 % de su PIB destinado a Defensa no tiene precedentes y establece un antes y un después en relación con su política tradicional de neutralidad con la que quería evitar ominosas evocaciones de lo que fue la II Guerra Mundial. También parece haber desconcertado a Moscú la posición firme de la OTAN reforzando efectivos y sistemas de armas en Polonia, Eslovaquia o Rumanía países que comparten frontera con Ucrania. Tanto como para que Putin, en una reacción –que se presta a un estudio en ámbitos propios de la siquiatría– haya dado orden de entrar en fase de alerta máxima a las fuerzas de disuasión nuclear del Ejército ruso. Según ha dicho, como réplica a las sanciones de Occidente y a las declaraciones «agresivas» de la OTAN. Aunque logren ocupar Ucrania , Putin ya ha perdido una guerra que creía poder ganar con facilidad.