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En 1996 el socialista isleño Félix Pons, entonces presidente del Congreso, cargo que estaba a punto de abandonar después de un década de ejercerlo, me decía en una entrevista que el país iba a pagar durante mucho tiempo el grave error de judicializar la vida política y que la izquierda se había equivocado de forma muy grave al creerse aquello de que todo el mundo es bueno por naturaleza.

La primera predicción se ha visto cumplida con creces a los largo de estos últimos ya 26 años. Ha sido un desastre, la razón por la cual los núcleos dirigentes del PSOE y del PP han sido incapaces de pactar leyes básicas -como por ejemplo la de Educación, tanto en el ámbito nacional como en el caso reciente de Baleares – lo que ha ido en claro perjuicio de los ciudadanos.

La segunda de sus previsiones es la que viene a colación por la invasión de Ucrania y la actitud de la Unión Europea en estos últimos años. Como bien decía Pons, la izquierda ha caído en la falsa creencia infantil que al creer que el ser humano es bueno por naturaleza, la actitud represiva acaba por convertirse en mala por definición. Con el progreso de esa peligrosa pretensión, se acaba instalado en la aberración de que toda maldad requiere de una explicación alternativa que es la supuesta razón de aquélla. Así, que una mafia de sinvergüenzas ocupen una propiedad tuya es una derivación del problema socioeconómico de la vivienda y por ende hay que protegerla más que al propietario perjudicado y así acabará por solucionarse: el resultado es el contrario. Que una persona mala delinca es debido a vete saber por qué razón socio-cultural-económica y no por su decisión libérrima de hacer el mal, por ende un asesino puede «pagar» un crimen con una docena de años de cárcel -en la práctica – o un borracho al volante que mata a otra persona por su mala acción ni siquiera pisarla...

Esta delirante concepción de la naturaleza humana está presente en el código penal español y en nuestra Constitución. La represión no es castigo por la maldad sino instrumento de rehabilitación de una conducta equivocada. Debido a esta desviación antinatural, nuestros más famosos delincuentes regionales de cuello blanco ya pasean por las calles después de haber pasado cinco o siete años entre rejas, y algunos ni eso, aun cuando siguen teniendo fortunas ocultas que les permiten vivir como lo que son, ricos, sin trabajar ni ellos ni sus parejas ni sus hijos. Y seguramente ni sus nietos.

No es un problema exclusivo de España. Toda Europa, como bien decía Pons, está afectada por esta estúpida forma de pretender que el mal no existe como causa sino que es siempre consecuencia.

Esta falaz concepción de la naturaleza se ha apoderado de todo ámbito del raciocinio europeo desde la Segunda Guerra Mundial para acá. Incluso los nazis fueron enfermos, locos... cualquier excusa es buena para no aceptar la realidad: eran gentes normales y corrientes que optaron libremente por hacer lo que hicieron. Igual que sus hermanos comunistas de los países a los que sometieron a genocidios por el estilo: verbigracia, el de Ucrania, el Holodomor, entre 1932 y 1934, cuando la cúpula comunista de la Unión Soviética, encabezada por Stalin, ordenó el asesinato por hambre de entre 4 y 7 millones de ucranianos.

En las relaciones internacionales ocurre igual. Como existe el llamado «derecho internacional» desde 1945 -con los juicios de Nuremberg – con la loable intención de preservar la paz mundial, éste es el norte de la actuación general. Sin embargo, la práctica demuestra que estamos muy lejos de que sea así. A Europa la realidad le ha dado igual. Como todo el mundo es bueno y en la diplomacia manda -se supone – esa norma de obligado cumplimiento por convicción moral, para qué gastar más y más dinero en defensa militar. Un gasto absurdo, por superfluo. Así que se va gastando cada vez menos, mientras el potencial enemigo va gastando más y más. Pero y qué, si no se atreverá a usar la fuerza porque todo el mundo es bueno, el «derecho internacional» y tal y cual...

Hasta que Putin y su Rusia neoimperialista ha despertado a cañonazos a la Unión Europea del plácido sueño al que estaba entregada. Alemania y Francia, los dos líderes continentales, ya han reaccionado, aumentado su gasto militar y así preparándose para la paz armándose, que es la única manera de preservarla.

De la misma forma que el mal existe y no hay contemporización posible ante él, en las relaciones internacionales lo que de veras funciona es la diplomacia armada. Como siempre. Si no, te aparece un Putin y te invade la frontera europea. Algunos países lo han entendido estos días, a la fuerza. De hecho todos los grandes europeos han rectificado y se disponen a armarse más y mejor. Todos, claro, menos España. Aquí todavía manda la puerilidad pseudo pacificista.