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Descubro una exposición sorprendente en el Museo Hub Disseny de Barcelona, un lugar no demasiado conocido, junto a la desgraciada plaza de las Glorias, que lleva diez años en obras, a causa de la cantidad de veces que Ada Colau ha parado o interrumpido el trabajo de los obreros. En fin, dejemos de lado por un momento esa Barcelona desanimada, sucia y triste por la que paseo algo incrédula estos días, y centrémonos en la explosión increíble de Bansky, un artista callejero que nació en Inglaterra y cuya biografía es un auténtico misterio.

Se saben muy pocos datos sobre Bansky. Podemos seguir su trayectoria a través de los grafitis que ha hecho en las paredes y los edificios de numerosas ciudades. En Londres, París, Nueva York, Los Angeles, Jerusalén hay piezas impresionantes de ese arte callejero condenado a ser efímero.
Unos dibujos que son auténticas obras de arte destinadas a interpelar a quienes las vemos, a criticar la sociedad y a remover conciencias. Obras duras que resaltan contrastes y contradicciones, incongruencias y miedos.

Bansky nos provoca. El arte está destinado a provocar emociones, a romper esquemas. Nuestro artista lo hace con un sentido del humor extraordinario que roza el sarcasmo, con un punto de intencionada crueldad y, curiosa mezcla, con toques de ingenuidad e incluso de ternura. En una sociedad que nos llega a horrorizar, rescatamos escenas o momentos para la sonrisa. Eso es una tabla de salvación para los humanos. Ante las injusticias sociales, los totalitarismos, las desigualdades y el miedo, deberíamos fijarnos en aquellos resquicios de belleza entre ruinas que podemos salvar de cada naufragio. La mirada de Bansky nos ayuda a mirar el mundo de nuevo.