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Probablemente, alguien tendrá interés en digitalizar hasta la fabada –bien condimentada, eso sí, con un puñado de algoritmos–, pero lo cierto es que si uno repasa los acontecimientos habidos durante, pongamos los últimos diez días, se verá inevitablemente invadido por la sensación de estar viviendo otro siglo, muy distinto al XXI. Quizás es que a la nueva normalidad se le ha detenido el calendario. Sí es posible. Porque sólo así se puede llegar a imaginar que un caudillo medieval, Vladímir Putin, tome la decisión de invadir un país, y ello sea con sentido por un Parlamento, la Duma, que incluso pareció instarle a ello. A Putin le mueve el afán de conquista y no parece que sea de los que desaniman una vez tomada una determinación.

Y, teóricamente, una UE que estaría capacitada para pararle los pies al conquistador, da muestras inmediatas de ser tan sólo la Europa de los mercaderes. Porque si se lee detenidamente el catálogo de sanciones impuestas al entorno de Putin, la verdad es que llega a causar hasta risa. ¡Por favor, si se llega a sancionar hasta la denominada ‘granja de trolls’, léase agencia conocida por su papel en la difusión de noticias falsas en las redes sociales. ¿Es esta la estrategia diseñada para detener a Putin?

En fin. Casi sin espacio, lo buscaré en otra ocasión, podría referirme a los Windsor, una monarquía dispuesta a pagar con dinero el silencio de una víctima de abusos sexuales. Y todo porque el príncipe Andrés, además de un insufrible salido, es un derrochador que ha logrado el milagro de vivir sin trabajar y gastándose fortunas. Amén de todo ello, podríamos hablar de los Ayuso, una familia en la que sisar parece costumbre... Pero será otro día.